ejado sobre una silla, una falda gris y una blusa blanca, sencillas y ásperas. Era el uniforme de las sirvientas. Me sentía despoja
a mezcla de curiosidad y desprecio. La jefa de servicio, una mujer mayor ll
"No tendrás privilegios. Tu primer trabajo es limpiar los bañ
s, de mármol y con grifos dorados. Cada uno era más grande que mi dormitorio. Me arrodillé en el suelo frío, el olor de los químicos me revolvía el
aba vestido con un traje impecable, listo para ir a su oficina. Me miró desde arr
ar natural, después de todo. De rodill
reció enfurecerlo más. Se acercó y deliberadamente derramó el
", dijo con falsa i
gachó, su rostro a centímetros del mío. Pude oler su loci
ó en voz baja y let
se sentía física, un golpe en el estómago. Levanté la vista y lo miré a los ojo
i cabeza, su voz mental. "Hazlo. Rómpete de una vez. Muést
, una corriente de dolor tan profunda que casi me ahoga. Era c
daría la satisfacción de verme rota. Lentamente, me incliné. El olor a café amargo llenó mis fosas nasale
a. "No quiero que manches mi suelo con t
en mi cuero cabelludo era agudo, pero el dolor en mi alma era insoportable. Me abracé a mí misma, el cuerpo sacudido por
aba por el pasillo, me pregunté si estaba volviéndome loca. Esas voces, esos pensamientos de Damián que parecían invadir mi
propósito era destruirme. Y yo tenía que sobrevivir, no por mí, sino por la promesa que le hice a mi m