sistencia, una lección de humillación. Su esposo, Alejandro Vargas, un hombre de la alta sociedad mexicana, l
favoritas de Alejandro era obligarla a arrodillarse sobre sal gruesa durante horas por cual
n una voz fría y distante, sin mirar
r paciente. Él le había dicho que tenía una condición, una enfermedad extraña que le provocaba un rechazo físico ha
ezó con la alfombra y, para no caer, se agarró instintivam
. Se apartó de ella como si lo hubiera quemado, s
torsionado por la repulsión. "¡Estás
ió, con el cor
lejandro, fue
s," siseó él. "Quiero q
tableta que Alejandro le permitía usar. Era un enlace a un sitio web exclu
oya Oculta de los Vargas", estaba su propia fotografía, una que le habían tomado para un evento de caridad h
ón, garantizada intacta después de cinco años de matrimonio. Pureza certificad
n era tan abrumadora que apenas podía respir
que escuchó al otro lado era inconfundible. Era Regina Castro, la amante de Ale
no dulce. "¿Ya viste la subasta? Es una idea genial de Alejandro,
o podía
te creíste esa estupidez de su 'enfermedad'? Alejandro simplemente no te soporta. Le das
a que había debajo. El dolor en sus rodillas, que había comenzado a palpitar de nuevo, era nada
enciosos. La humillación pública, la traición de su esposo, la
n arreglada por las familias para fusionar sus imperios empresariales. La abuela de A
. Los matrimonios de negocios son complicados. Alejandro puede ser... difícil. Pero te doy mi palabra. Si este muchacho te hac
Elena habían parecido una formalida
a de Regina y buscó el número que Doña Elena le había dado hacía cinco a
ono sonó una, d
oña Elena era tan fi
rota por el llanto. "Soy yo, Sof