sa, Renata. Un día, llegó a casa y me lo dijo, ofreciéndome tod
quiero seguir traicionándote a ti." Ignoré el nudo en mi garganta y respondí, sorpr
ngenua" era la dueña del collar que Ricardo me había dicho era para un cliente. Sus promesas de amor eterno, u
ía dado una "liquidación generosa". Me miró con extraña gratitud: "Sabía que lo entenderías, Sofía. Siempre has sid
a, su arrepentimiento era superficial, sus ojos llenos de alivio, pues su "verdadero amor" lo esperaba. La depen
de la oficina, sin una lágrima, rumbo a la clínica, el doctor me reveló una verda