ritorio ocupado. Entró con su propia llave y fue a su estudio, un santuario lleno de trofeos de su vida pasa
l Toro" Sánchez. Sus capotes, sus muletas, los premios más importantes. Cada objeto era un recuerdo de quién era él antes de
nía un reloj en la muñeca a Mateo. No era cualquier reloj. Ricardo lo reconoció al instante. Era el reloj que él le había regalado a Sofía en su primer aniversario d
la traición, era un frío glacial, una ira calculadora que le aclaró la mente. Ya
úmeros de teléfono, contactos. Hombres de negocios, ganaderos, políticos que había conocido e
ía lo había humillado en su propio terreno: el ho
s exclusivos de Polanco. Se sentía en la cima del mundo. Lucía el reloj caro, vestía un
estaurante. No eran los típicos mariachis que tocan de mesa en mesa. Eran los "Reyes de Jalisco", uno de los grup
nando el silencio que se había hecho en el lugar
uso pálido
an cantante, un nuevo talento. Mis muchachos y yo quisiéramos proponerle un duelo am
u voz era mediocre. Su "carrera" se basaba en cantar en fiestas privadas de gente qu
uedo. Estoy en una cena
miedo?", dijo uno de lo
taurante los miraba.
imó Doña Elena, ajena a la tram
ron. Sus manos sudaban. Intentó cantar "El Rey", pero su voz t
ortura, el líder de los R
José Alfredo Jiménez. Usted no es un charro, es un f
gado, dejando a Mateo en medio del restaurante, rojo de vergüenza, co
tas. La imagen de su protegido, su "enca
Le hizo una seña al mesero, pagó la cuenta de los mariachis y la suya, y se fue sin que nadie notara su pre