e escapaba. Le quedaban cuatro días. Cuatro días para lograr lo imposible. La presión era un peso invisible sobre sus hombros, una ansiedad que
s. Era Marco, ya vestido, con
ayunar. Ella me dijo que prefiere que no vengas, ya sabes, para evitar... escenas".
do con ustedes", respond
ndiste", susurró, su voz ahora era un silbido amenazante. "Vas a venir. Y si no quieres que le cuente a
ualquier intento de Ricardo por rebelarse solo empeoraría las cosas. Tragánd
n espectador invisible de la felicidad que él creía merecer. De repente, en una calle poco transitada, una camioneta negra les cerró el paso. Dos hombres armados bajaron
rrastraron fuera, hacia un edificio que olía a humedad y abandono. Era una bodega en las afueras de la ciudad. Cuando les quitaron los sacos de la cabeza, Ricardo reconoció al hombr
una sonrisa torcida, mirando a Ricardo. "El gran Ricardo Pé
mero. Puso el altavoz. Era Sofía a quien l
í. Pero solo uno puede salir vivo. Tienes una hora para decidir quién vive y quién muere. Si no decides, o si llamas a l
n elegiría. Siempre lo supo. En su mente, él ya estaba muerto. La elección era solo una formalidad cruel. Sintió una punzada de amarga resignac
ba su reloj con una sonrisa sádica. Cuando el tie
ce que tu chica no te qui
se abrió de golpe. Era Sofía. Estaba pálida, con la respirac
igarme a elegir. Si vas a matar a alguien,
la mujer que lo odiaba, la que deseaba su muerte, estaba allí, ofreciendo su vida por él. O al menos, no esta