a explotar. Llevaban cinco años juntos, cinco años en los que su pasión era tan intensa como sus peleas. Él, Ricardo Pérez, era un genio, un productor mus
su ambición y su inestabilidad emocional la hacían un blanco fácil para la manipulación, y su corazón siempre parecía estar en otro lado. Sus discusiones eran épi
e, la pelea había s
idad, de que no me dejes respirar!", gritó Sofía, con el r
o?", espetó Ricardo, siguiéndola por la habit
lá desaparecieras de mi vida para s
paralizado, el color se le fue del rostro. Sofía no se detuvo, tomó su maleta y sali
tiempo de levantarse de su silla antes de que lo sujetaran. El dolor agudo y frío de un cuchillo entrando en su abdomen le robó el aliento, una y otra vez. Cayó al suelo, sobre la alfombra que tantas veces había pisado con Sofía. La sangre comenzó a mancharlo todo, un char
tiguo mentor, el hombre que idealizaba, el que acababa de regresar del extranjero para "apoyarla". Vio el
a, Ricardo?", cont
cuchó un gemido, un soni
olgando la llamada sin piedad. Apagó el celular, no quería
esperación rodó por su mejilla. La vida se le escapaba, y su último intento de conexión había sido rechaz
is y silencioso. Frente a él, una figura alta y esquelética, vestida con elegancia, lo ob
hojas secas. "Tu tiempo en la tierra ha terminado, pero tu al
Ricardo, el único pe
d. Regresarás por cinco días. Cinco días para que ella te diga 'Te amo'. Si lo logras, r
ojos abiertos y sin vida. El olor a muerte llenaba el aire. La oportunidad de La Catrina era real, pero también era una pesadilla. Tenía que deshacerse de su propio cadáver antes de que alguien lo encontrara. Con náuseas y el corazón latiéndole a mil por hora, a p
ía y Marco, que entraban riendo, abrazados. El corazón inexistente de R
e habías ido de viaje", dijo Marco, co
n. "¿Todavía aquí? ¿No
orrerlo. Luego miró a Sofía, con la desesperación pintada en su rostro. Sabía
do extraña, lejana. "Necesi