aría con el suyo de la forma más retorcida. La abuela de Ricardo, Elena Solís, la matriarca del bufete, me hizo una propuesta que no pude
na gala. La noche siguiente, me desperté sola en una suite de hotel, con un fajo de billetes y una nota de Elena confirmando que "mi puesto estaba seguro". Pero la mirada de Ricardo
yo era un "medio para un fin". Y el fin llegó en la siguiente gala de la empresa, cuando Elena anunció el compromiso de
as. Cinco años después, mi hijo, Leo, la viva imagen de su padre, crecía feliz en "El Refugio de las Palabras",
u propio y desesperado plan para escapar del control de su abuela. Cuando Elena llegó para reclamar a su "heredero", Ricardo, sin dudarlo, defendió nuestra familia. Se quedó,