madres decían que aprendimos a caminar de la mano. Recuerdo las tardes enteras en el parque de la colonia, dibujando en la tierra con un palo, él siempre diciéndome que mis dibujos eran mágicos,
io, Mateo parecía incómodo con su presencia, con sus aires de superioridad. Pero Camila era astuta. Aprendió a jugar el papel de la prima rica p
e consolándola, diciéndole que la entendía, que la vida era injusta. Mientras tanto, yo estaba a su lado, con las manos manchadas de pintura, tratando de terminar un cuadro para u
eños a mis espaldas. La tristeza que sentía se fue transformando en una rabia fría y decidida. Ya no había vuelta atrás. Mateo, el chico que me prometió el mundo m
la cocina ayudando a mi madre, escuché un ruido sordo en mi habitación, seguido de un grito ahogado de Camila. Corrí hacia allá y mi corazón se detuvo. En el suelo, h
no llegaba a sus ojos. "Pero no te preocupes, era solo un pedazo de madera,
r de ese objeto, el valor sentimental que tenía para mí. Pero su
astidio. "Fue un accidente. No tienes por qu
nos temblorosas. La madera rota era un símbolo perfecto de nuestra relación: hecha añicos, imposible de reparar. Levanté la vista y los miré a
e no reconocí como mía. "Lárguens