le conté lo que pretendía hacer, su rostro, ya marcado por a
a! ¡Te van a matar
r, el mismo lugar donde Sofía había aprendido a hacer el pan que tanto amaba. El
mentira que se había obligado a creer durante
is ojos secos de tan
d, papá. Tú viste el informe.
el contacto. Su cobardía era una barrera en
es apresuradas diseñadas para cerrar el caso lo más rápido posible. "Suicidio por estrés" , decía. Culparon a Sof
aba la vida. Amaba el olor del pan recién horneado, amaba las mañanas soleadas, me amaba
na obsesión febril. Leí cada libro, analicé cada caso famoso. Aprendí sobre venenos que no dejan rastro, sobre drogas que inducen a la locura, sob
por un par de días antes de desvanecerse. Una abogada, una artista, una empresaria. Mujeres de diferentes orígenes, todas con el mismo destino. La policía siempre
La idea de que se hubiera suicidado era aún más ridícula que en los casos anteriores. Para mí, fue la señal definitiva. Era mi momento d
en su lujosa sala, un lobo con piel de oveja, y les canté una canción de amor. Les ofrecí mi vida
n una sonrisa ensayada. "