en arte. Pero detrás de la fachada de opulencia, los Mendoza guardaban una tradición extraña y macabra. Cada mujer que se comprometía con el primogénito de la familia debía pasar una noche a solas
ilesa, era aceptada en la familia. E
eñales de lucha. La policía, influenciada por el poder y el dinero de los Mendoza, siempre cerraba el caso con la misma conclusión: suicidio. La sociedad murmuraba, la prensa especulaba,
joyas de las mujeres que solían frecuentar esa casa. Me paré frente a la matriarca, Doña Isabella Mendoza, una mujer de mirada fría y postura rígida, y declaré mi amor por su
e curiosidad en sus ojos. Una mariachi. Era algo nuevo,
riachi de voz angelical. Mi verdadero y
equivocado. La encontraron muerta, pero su muerte no fue un suicidio. El informe forense que logré obtener de manera ilegal contaba una historia diferente, una historia de brutalidad y tortur
la presión de unirse a una familia tan importante. Destruyeron su reputación para proteger la suya. Y mi familia, mi propio padre, lo
ió una sed de venganza fría y calculadora. Abandoné mi beca en el conservatorio y, en secreto, me inscribí en la facultad de criminología forense. Durante ocho años, me dediqué a est
una fachada perfecta para acercarme a ellos. Me ofrecí como la novena prometida de Ricardo, decidida a entrar en esa haci