ocina mexicana, y la estrella Michelin que brillaba en la entrada lo confirmaba, pero para mí, era simplemente mi taller, el lugar donde transformaba recuerdos en sabores. Esa noche, el éxito
o en nuestra vida perfecta era la ausencia de hijos. Años atrás, un diagnóstico médico nos había golpeado con la palabra "estéril". Sofía lo había tomado con una extraña calma, diciendo que nuestro amor era suficiente, que su carre
norando las miradas extrañadas de mi equipo. Me desp
s de todo, Manuel.
preguntó, secándose e
respondí con una sonri
rrera. Mi plan era simple y romántico: aparecer en la puerta de su apartamento alquilado, con un ramo de sus flores favoritas y la promesa de unos días
alles parisinas. Aterricé en Charles de Gaulle con el corazón latiendo a mil por hora. Un taxi me llevó a través de la ciudad iluminada hasta el distrito de Le Marais, donde ell
3B. Respiré hondo, ensayando las palabras que le diría.
ché pasos al otro lado. La
una máscara de pánico absoluto. Sus ojos se abrieron como platos, y su boca se entreabrió en un g
su voz temblorosa. "¿Q
tensión en el aire. Di un paso adelante para abrazarla, para rodearla con mis
ra el mío. Pero algo estaba mal. Terriblemente mal. Mi mano, que buscaba su espalda, se topó con una dureza extraña, un volume
i me hubiera quemado. Mis ojos bajaron de su rostro aterrorizado a su cuerpo. La bata de seda, aunque
y cayó al suelo con un ruido sordo, un ma
ció alargarse y distorsionarse. Solo podía ver su vientre y su cara de
. Mi voz salió rota, apenas un susurro cargado d
. ¿qué e