pánico cruzó sus ojos antes de que su máscara de carisma volviera a
onar juguetón. "Que te amo, que te extrañé más que a nada e
pulsión. Su negativa a ser honesto, incluso cuando le di la oportunidad, fue el último clavo en el ataúd de lo que sentía por é
o larguísimo", continuó, frotándose la nuca. "Vá
oz monótona que no reconocí
o: "Estoy en la zona de llegadas. Coche gris. ¿Dónde estás?". Justo en ese momento
Le
estaba una mujer delgada y de aspecto astuto. Sostenía de la mano a un niño pequeño, un
eo se quedó paralizado, su rostro palideció visiblemente bajo el bronceado.
l nombre saliendo de sus
a sus ojos. "Leo, qué bueno que te encuentro. Leíto t
aire, atrayendo las miradas cu
o desesperado. "Sofía, mi amor, ella es... Fernanda Díaz. Una colega
sintiera que mi corazón se estaba partiendo en mil pedazos. Miré a Fern
o burlón. "Leo, cariño, no creo
de su madre, pero me miraba con una curiosidad infantil. Y en su rostro, vi a Leo. Vi la forma de su barbilla, la c
conversación que había escuchado por teléfono era real. El hijo era real. La otra vida de
observaban. La humillación pública era inminente. No podía permitirlo. No allí. No así. C
ados que bloqueaba el paso a Fernanda. Mi tono era tan carente de em
ezcla de alivio y con
", lo interrumpí. "
ana, viendo pasar la ciudad sin registrar nada. Leo no dejaba de lanzarme miradas suplican
star, desesperado por explicarse. "Sofía, tienes que escucharme. No es lo
nda entró en la sala, con Leíto en brazos. El
da, su voz era un almíbar venenoso. Ignoró mi presencia por completo, como
stro una máscara de angustia. Miró de ella
re imitación de hombre atrapado en su propia red de mentiras. Luego miré a Fernanda y al niño en sus brazos
arga se dibujó
sonaba extrañamente calmad
énfasis deliberado, viéndolo estrem
a. Tomó al niño en sus brazos. Leíto inmediatamente se acurrucó contra su pecho,
mi vida. Me di la vuelta y subí las escaleras, cada paso resonando en el silencio de la casa como un martillo golpeando mi cora
-