impaciencia de cientos de reencuentros. Llevaba tres años esperando este exacto momento. Tres años, setenta y dos meses, mil noventa y cinco días. Había contado cada uno de e
sonaba a él. Mientras esperaba, apretaba entre mis manos el pequeño estuche de terciopelo que contenía las argollas de matrimonio que h
e nuestra vida juntos. Yo, Sofía Romero, heredera de una de las fortunas más discretas pero sólidas del país, no quería nada más que ser la esposa de Leo. Mi familia había aceptado nuestra relación, cautivada
lisando mi vestido, mis manos temblaban ligeramente. La gente comenzó a agolparse en la salida de pasajeros. Busqué su rostro entre la
onces
do a un lado, de espaldas a la salida, con el teléfono pegado a la oreja. Su voz, aunque baja, era tensa y urgente. Me detuve, o
una mezcla de cansancio e irritación. "No, no pued
ga de viento helado. No conocía a ninguna F
r. "Todo va según el plan. Le pediré que nos casemos de inmediato
anta. El aire del aeropuerto de re
mi campeón? Dile a mi hijo que su papá volverá pronto con todo lo que necesitan.
a convertirse en un grito silencioso. El estuche de terciopelo se me resbaló de los dedos y cayó al suelo con
ños. Todo era una farsa. La misión, las llamadas, las promesas. T
Sentí que mis rodillas se doblaban. Me apoyé en la columna fría, el mármol era lo único que me mantenía en pie. El dolor era tan físico, tan agudo, qu
rable que Leo nunca pudiera cruzarla. Recordé los susurros y rumores que circulaban en los círculos de mi familia, historias sobre un misterioso magnate local, Ricardo Alcántara. Un hombre inmensamente poderoso, solitario, del que se decía que estaba confinado
aña. Parecía una salida. Un escape. Aceptaría. Me casaría con un extraño,
qué el número de mi hermano, Mateo. Cuando c
sa? ¿Estás bien?
rar, un llanto desgarrador que transmitía
tás asustando". Su voz
e sollozos. "Ven... por favo
con Leo? ¿D
o verlo. Por fa
te muevas. Llego
rtable. Recordé la noche en que Leo me propuso matrimonio, justo antes de su "viaje". Estábamos en nuestro restaurante favorito, él se arrodilló con un anillo sencil
estaba manchada, podrida hasta la médula. Yo, la ingenua Sofía Romero, había sido el
voz, ahora alegre y des
i amor! ¡Aq
La misma sonrisa que me había enamorado. La misma sonrisa que ahora me causaba náuseas. Me puse de pie, l
sa que se sentía como una mueca
anto, mi vida. No tienes idea". Sujetó mi cara entre sus manos, su mirada llena de
u cercanía, su olor, todo lo que antes amaba ahora era un recordatorio de
ya sabía la verdad. Me aparté un poco, lo miré directamente a los ojos, esos ojos que me habían men
, pero cortó el aire entre nosotros
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