e gané vendiendo tacos de suadero y pastor lo guardé con un solo propósito: comprar el puesto de la esquina de la plaza principal. Era el mejor lug
veces se convier
gas nuevo, sintiendo el peso del trabajo bien hecho. Desde lejos, vi algo rar
ojas que chillaban: "Tacos El Patrón". Y sentado en mi banco
hombre que se movía en la sombra de negocios turbios, d
El aire se me fue
e pregunté, con la voz más
arriba abajo, con u
tú", dijo, y sus matones
tengo los papeles. Yo
miedo. Se acercó a mí, su panza casi tocánd
culo", susurró. "Este lugar ahora es mío. Y
lena luz del día, frente a todos. Los otros vendedores de la plaza miraban de reojo, p
quemaba por dentro. Recordé las palabras de mi abuela: "Miguel Ángel
umentos: el acta de compraventa, los permisos, los recibos de pag
. El permiso está a su nombre.
una chispa de esperanza.
ma estaba ahí otra vez, supervisando cómo sus hombres
í están los papeles. La delegación confirma que e
papeles. Soltó una carcajada
", se burló. "Aquí mando yo. Y te doy un consejo, escuincle: no
me dio un empujón q
al patrón.
boca. Me di la vuelta, con la rabia hir
contaba. Historias del Barrio Bravo, de Tepito, de cómo la gente se cuidaba entre sí. Y me habló de
tasía infantil. Pero la desesperac
o es que lo hubieran ocupado, es que lo habían destrozado. Las láminas estaban dobladas, la
de mi abuela, el que yo tenía colgado
tro puesto, mirándome. Cuando nuestras miradas se cruzaron
ó en una furia fría y dura. Ya no se trataba del dinero ni del pue
n. No podemos hacer nada. Probablemente fueron vándalos". Sabía que era
ido. Pero entonces, la imagen de mi abuela y sus historias de luchadores regr
nación estaba intacta. Caminé sin rumbo por un rato, hasta que mis pies me llevaron a un lugar q
ena M
puerta metálica y sin adornos. No sabía a quién bus
a frenó bruscamente a mi lado.
pedirle ayuda a los payasos enmascara
le dije, sin move
ra roja de ira. "Veo que no entiende
ercero levantó un bate de béisbol. Iban a acabar con
golpe nu
álico. La puerta de la
capa que ondeaba con la brisa. Detrás de él, aparecieron otros. Viejos, con cicatrices de mil batal
or, El Faraón. Nombres que mi a
l frente, cuya voz era un t
al muc
petición. F
parecían gigantes, ahora se veían como n
de mantener
tan. Este es un a
ro dio un pa
ios. Aquí solo hay respeto. Y este muchacho vino a busca
ela quería decir. Esto no era sobre la ley de los hombres, sino sobre un código de hono
vio la determinación en sus ojos, y supo que había cruzado una línea que no debía. Su
la pelea apenas comenzaba,