artificiales fue reemplazado por un zumbido bajo y persistente. Miró hacia afuera. Una
IDO DE V
ntana. Ricardo imaginó a Alejandro en algún balcón cercano, quizás en el penthouse del edificio de enf
icidad comprada con el dinero que debería haber reparad
Mientras ascendía, la ciudad se extendía bajo él, iluminada por el espectáculo de Sofía. Era una celebración g
aban por las ventanas del pasillo, creando sombras danzantes. Pero la luz nunca
que había construido para ella: los muebles que ella eligió, los colores que a ella le g
tanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Se paró justo en el borde
tificial de las luces en su rostro. Era un calor que no le pertenecía, una alegría que no era
dispersaban. Levantó su mano izquierda, la
jo en voz baja, con una calma que
también algo más. Una semilla de determ
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