e calaba los huesos. Mateo entró sin tocar. No me miró a mí, sino a una jaula de viaje que traía
comer nada desde el susto de ayer", dijo Mateo, col
estómago. Se arrodilló, le ofreció agua en un plat
Todo está bien. Pa
e había preguntado cómo había pasado la noche. No había revisado mi vendaje. Su prioridad er
hielo para el tobillo?", le ped
Primero tengo que calmar a Príncipe.
primera línea de tiempo, perdí a mi bebé en el río. Ahora, sentía que algo andaba terriblemente mal de nuevo. Pero no quería discutir. No qu
casi una hora al perro de Elena, arrullándolo, dándole trocitos de jamón de su propio desayuno, que una sirvienta
", dijo, como si
s con una bolsa de hielo envuelta en una toalla. L
as", m
sigue Elena. Su padre está muy pre
é bajo las mantas, temblando. Sabía que necesitaba un médico, pero la idea de pedírselo a Mateo, de tener que justificar mi dolor frente
e. Un calambre brutal me dobló en dos. Sentí una humedad cálid
ng
orroso. El miedo, un miedo helado y visceral, me inundó. E
a habitación y marcar la recepción. Mi voz era u
con un rostro sombrío, mientras yo yacía inmóvil, sintiéndome vacía, hueca por d
o, Sofía. Ha pe
herida, un eco de un dolor que ya conocía demasiado bien. Esta vez no fue un r
resentimiento. A veces, cuando el niño reía demasiado fuerte o corría por la casa, Mateo lo miraba con un des
echazo de su padre. No crecería sintiéndose como un error. El pensamiento era monstruoso,
preocupación, la que se pone cuando uno cumple con una obligaci
pasó", dijo, evitando mi
espo
la mesita de noche. "Te traje a
quizás, solo quizás, la noticia lo había afectado. Que había co
, había un collar de perro. Pequeño, de c
leer la inscripc
sonrió, una sonrisa torpe, ajen
tan bien, pensé en darle un regalo. Pasé por la
ar a un perro mientras yo perdía a nuestro hijo a pocos metros de distancia. Miré
e morir. No quedó ni ceniza. Solo un vacío helado y una resolución de acero. Iba a salir de a