erdadero amor y por la existencia de nuestro propio hijo. Todo comenzó en aquel derrumbe en la sierra, un día que debió ser de alegría, una cabalgata antes de nuestra boda. Yo, embarazada,
bebé en esa tragedia, p
cido un año después. Para él, Carlitos no era más que el recordatorio viviente de su fracaso, de su pérdida. Viví siete años como una sombra en mi propia casa, viendo cómo mi esposo miraba a nuest
s muertos o a ver la construcción de las pirámides. Pero para Mateo, consumido por la culpa, fue una oportunidad. Quería volver, salvar a Elena, enmendar s
llenaba mis pulmones. Estaba de nuevo en el caballo, con el vestido blanco de manta que había usado es
de repente", dijo, su voz llena de una te
omesas. Pero yo ya conocía el veneno que se escondía detrás de esa sonrisa. A lo lejos, vi a Ele
a. Los caballos se encabritaron, relinchando de pánico. Gritos. La gen
a a su caballo y corriera hacia Elena, como lo recordaba, como lo había
bruscamente, no haci
ía!",
a bajarme del caballo. Su rostro estaba pálido, sus ojos lleno
hacia unas rocas grandes que pa
aparecería de su vida antes de que la tragedia nos atara. Pero ahora, él estaba aquí, "salvándome" a mí. El universo se estaba burland
do hacia donde ella había caído,
"¡Tú eres mi prometida, Sofía!
pujé a Mateo, pero no fui lo suficientemente rápida. La roca me golpeó en la pierna, un dolor agudo y t
llido agudo y demandante. "¡
ó su rostro por un segundo, pero la costumbre,
ordenó, como si yo pu
me negó. Lo vi forcejear con la roca que la aprisionaba, mientras yo yacía en el suelo, con
a llevó hacia el grupo de gente que se había reunido a salvo. L
dije que te quedaras quiet
..", susurré, el dol
do. Ahora por tu culpa, Elena también está lastimad
de sus palabras era peor. Nada había cambiado. Absolutamente nada. Ya fuera que me
n el tobillo entablillado y palpitante, tomé u
scansar", dijo, su tono distante,
amor, todo se había secado dentr
minar conti
luego soltó una ri
ás adolorida y asustada, es nor
a vuelta para irse, dando por zanjada la conv
io, Mateo. Es
se giró. "Duérmete. Verás las co
odando por mis mejillas. Recordé sus palabras en la otra vida, después de que Carlitos na
. Su desprecio, su ceguera, ahora eran mis mejores armas. Si él creía que yo estaba bromeando