olo era interrumpido por los ruidos de mi estómago vacío. Mis padres y Mateo llevaban horas fuera, y no habían dejado nada de comida para mí. Abrí el refrigerador y lo
ella, sintiendo el líquido frío cal
ía, hueca. Me habían dejado sola y con hambre como castigo, pero no entendían que la soledad y
la pared. Mi padre entró como una furia, sus ojos estaban inyectados en sangre y su rostro deforma
hamaca!" , gritó mi padre, su vo
to, el corazón me ma
, continuó, mientras se quitaba el cinturón de cuero del pantalón. E
los brazos cruzados, su cara era
"Para que aprenda a respetar y a no ser una malagradecida. Le est
puerta, miraba la escena con u
muy mal!" , gritó, como si es
dolor fue agudo, quemante, como si me estuvieran marcando con un hierro al rojo vivo. Grité, más p
no tras otro, en mi espalda, en mis piernas, en mis brazos. Yo me hi
ón!" , lloraba, pero mis súplica
animaba Mateo desde la
en su lugar quedó una furia helada y desesperada. Ya no podía más, no iba a dejar que me mataran a golpes. Mientras mi padr
iré el brazo y giré la perill
ada con fuerza, y apunté direc
las manos al rostro quemado. Aproveché su desconcierto para ponerme de pi
sorbitados por el asombro. Salí de la casa y corrí por la calle sin mirar atrás, el aire
la verdadera mente maestra, la que movía los hilos, era mi madre. Era ella la que lo incitaba, la que susurraba veneno en su oído, la que dis
sería su saco de boxeo, no sería su sacri