bajo y amenazante, y dio un paso hacia mí. "Después de todo lo que hacemos
ataque, su voz gotea
tú? Con egoísmos, con envidias. Debería darte vergüenza, de verdad. Tu hermano, tan chiqui
cionaba, pero ahora, sus acusaciones sonaban huecas, ridículas. ¿Qué hacían ellos por mí? ¿Darme las s
to. Mateo, que lo vio todo, corrió a los brazos de mi madre, asustado, y ella lo consoló a él, ignorándome por completo. Más tarde, me dio un trapo para que me limpiara la herida y me dijo: "No hagas tan
os eran por caídas jugando, que tuve que sonreír cuando nos visitaba la familia para que todos pensaran que éramos la fa
quería
l precio final por su "comprensión". Yo no
ije, mi voz era firme, vacía d
pecé a meter mis pocas pertenencias: dos cambios de ropa, mi cepillo de dientes y un libro que me había reg
incredulidad, como si me h
rrinche?" , se burló mi padre. "Te quedas aquí
respondí s
oltó una r
uego, alzó la voz para que Mateo la escuchara desde su cuarto. "¡Mateo, mi amor! ¡Vente, vámonos de compras! Como tu
de Mateo, que entró corriendo
a! ¡Gracias, mami
ima mirada, una mirada ll
La gente egoísta y malagradec
dé parada en medio de mi cuarto, con la mochila a medio llenar en las manos. Tenían razón en una cosa, me había quedado sola, pero por primera vez