me abandona, se siente como un peso frío en e
sudor y a tela vieja. Mis pequeños pulmones ardían, luchando por encontrar un poco de oxígeno que ya no existía, y mis dedos, ya débiles, arañaban la tapa de cartón sin fuerza, un último intento dese
el balón de piel, Mateo va a
satisfecha, "Claro, par
svaneciera en un silencio negro y profundo. Morí asfixiada, sola, en
rían, y en su prisa y alegría, la caja, mi ataúd de cartón, quedó olvidada en el compartimento de equipaje. Pasaron todo
cuando preparaban el viaje de regr
ó, no con preocupació
n mi cuerpo pequeño y rígido, con el rostro azulado.
s, hasta para morirse" ,
po sin llamar la atención. La solución llegó en forma de Doña Elena, una mujer del pueblo cuyo hijo había fallecido recientemente. Mis padres, con una frialdad que helaba los hueso
ptó, creyendo que hacía una obra de caridad. Mis padres to
go increíble suce
la ventana exactamente igual que el día de mi muerte. Escuché las voce
que se nos hace tar
ma caja de cartón, la misma que había sido mi
" , dijo con su tono de siempr
río helado recorrió mi espalda y mi respiración se atoró en mi garganta. Era el mismo día, la mi
e me sorprendió a mí misma. Era la voz de la niña que había muerto por falta de aire,
aja, no voy a morir otra vez, no voy a permitir que me maten de nuevo. Esta vez, las cosas serían diferentes, tenía que ser así,