a heredera del imperio del agave de mi familia, con un nombre que abría puertas en todo Jalisco. Él era el ambicioso hijo de una familia de constructores, con una visión para expandir su
dre, un hombre práctico hasta la médula, lo expuso claramente: "Sofía, Diego es un buen hombre de negocios. Juntos, pueden construir un
d de contactos, presentándole a los viejos patriarcas del mundo del tequila que nunca le habrían concedido una reunión por su cuenta. Él, a su vez, me enseñó las complejidades de la logística internacional y los mercados de futuros. Había una emo
cuando hablaba de un proyecto que le apasionaba. Él empezó a ver más allá de la heredera Rojas y a apreciar a la mujer que amaba el olor de la arcilla húmeda y la tranq
ces lle
uestra vida juntos. En él, nuestro imperio tenía un heredero, nuestra asociación tenía un propósito más profundo. Ver a Diego sostener a nuestro hijo, con una ternur
mi independencia con mi línea de artesanías, un negocio más pequeño pero que era todo mío, un recordatorio const
dad, un joven de origen humilde con una historia conmovedora y una ambición que ardía en sus ojos. Diego, que siempre tu
jo una noche. "Me recuerda a mí cuando
ación excesiva en su mirada cuando miraba a Diego, una forma de hablar que parecía calculada para complacer. Era demasiado pulcro, demasiado
enas de negocios, e incluso a eventos familiares. Diego estaba encantado, cegado por el reflejo de su propia juventud que creía ver en Mateo. Empezó a delegar
rnas sobre negocios fueron reemplazadas por sus monólogos sobre las brillantes ideas de Mateo. El tiem
una enfermedad mucho más profunda. Fue la prueba de que Diego había dejado de verme como su socia, como su igual. En su mente, yo me había convertido en parte del paisaje, un activo esta
ruiré lo que es tuyo." Sabía, mientras veía la comprensión y el horror en su rostro esa noche, que nuestra alianza estratégica había llegado a su punto de quiebre. La ba