, la rodeó con un brazo protector y la atrajo haci
da su ternura, estab
o quedaba la
a nuestra hija, Camila, me m
erpo, pero que no se comparaba con el dolor de mi alma al
ión, antes de dar media vuelta y deja
eredera, la hija de su amada esposa. Camila y yo éramos un simple
ir en las sombras, a ser una cuidador
fecto por ellos me dio
licar por migaj
dije, mi voz resonando en el t
endo una reverencia formal, un
l ala oeste de la casa, para no volver
una sección de la enorme mansión que no se usaba desde hacía
peraba lágrimas, súplicas, arrepentimi
ba la incredulidad y una pizca de irritación. "No
che", respondí.
su padre parecía duda
olpear el mismo lugar en mi b
iejo hueso que me había fracturado años atrás al ca
izo jadear, p
mi reacción, so
eguntó. "¡Bien!
ceño, pero no por mi do
con fastidio. "¿Qué tanta f
ancha de sangre comenzaba
n", dije, con una sonri
a y la indiferencia del padre habían sellado mi destino, y por p