nte al que había habitado durante dieciocho años. Un hombre y una mujer, vestidos con ropa cara que olía a perfume y a dinero, s
estás en casa!", exclamó I
tía nada, ni alegría, ni rencor, solo un vacío sordo. Detrás de ellos, un joven de su edad, Javier, su hermano, la miraba
ndo la mano de Elena co
perado tanto tiempo. Siempre
a. Elena vio el miedo y la hostilidad en ellos. Vio a u
casa donde creció. Le ofrecieron té, pasteles, una vida entera de lujos en una sola tarde.
ia feliz", dijo su voz, clara y
rado a dar órdenes y a que le obedeci
es decir? Este es
o de dos por tres metros con una abuela que m
ionar, expuso su única condición
a de derechos humanos. Para eso necesito dinero. Mucho dinero. Matrí
la. La declaración de Elena era tan directa, tan desprovista de sentimentalismo, que los dejó sin palabras.
tiguo vecindario durante una semana. El hambre, una vieja compañera, se hizo presente. Se levantó del sofá, caminó hacia la mesa, tomó un trozo de pan y empezó a comer. Con ra
rse del shock. Su voz, falsament
or qué no te muestro tu habitación? Mamá
eno, de enredarla en la dinámica familiar. Elena la
esito una funcional. Con un escritorio, u
no participaría en sus juegos de poder. No le interesaba el afecto, ni la herencia, ni
inalmente habló, co
sientes nada al vernos? ¿Ni un
madre con los ojos llorosos, a su padre con el rostro endurecido por la confusi
e hace mucho tiempo. Y el afecto es un lujo que nunca pude permitirme. Ah
lí para encontrar una familia. Estaba allí para cobrar una deuda. La deuda de una vi