el pitido constante de una máquina a mi lado. No podía moverme, no podía abrir los ojos
es inestable, doctor
rilador. No podemos
as. Pero luego escuché otras, las que me partier
que hacer algo. Es nuestra
to. Un llanto que yo conocía muy bien, el mismo que había esc
tán haciendo lo que pueden. Hacer
cardo. El hombre que mi madre amaba, el hombre qu
con mi madre. El ambiente era tenso, el silencio cortaba el aire. Íbamos de regreso de la casa
ino que traía de la mano a su hijo, Emilio, un niño de cinco años que era la viva imagen de mi padre. Lo pre
ostro perdió todo el color. Yo me levanté,
a mujer aquí? ¿A la casa de mis
ó. Sus ojos solo estaban puestos en Blanca
Blanca, con una sonrisa cínica, atreviéndos
eres nadie para d
ter fuerte y tradicional, casi se desmaya del disgusto. Mi abuelo tuvo qu
e me tomó del brazo
Aquí no tenemos
el volante y las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas. Yo mi
de él. No puedes seguir aguan
iene todo el poder, todo el di
na contadora brillante, pu
era la mujer en la que mi padre la había convertid
velocidad por el carril contrario. Un coche negro, grande, invadió nuest
ose, el cristal rompiéndose en mil pedazos. Sentí unfue para mi madre. Tenía que so
de mi tío, el hermano de mi madre. "La policía dice que el conductor del otro coche huyó. Pero un testigo v
a tan intensa que me sacó momentáneamente de la neblina. Blanca. Ella no solo quer
do una convuls
arrancándome de mi propio cuerpo. La oscuridad se volvió
uela en su casa. El sol entraba por la ventana, iluminando los muebles antiguos y las fotos de
de la edad. No eran mis manos. Me levanté con d
a, la joven universitaria de veinte años. Era mi abuela, Doña Elena. La misma ca
to un sueño? Toqué mi cara. La piel era fláci
la sangre. Estaba tres meses en el pasado. Tres meses antes de
smigrado. Había vu
ladora. Esto no era una maldición. Era una oportunidad. Una oportunida
a ven
ujó en mis labios. Blanca. Ricardo. Iban a pagar por cada lágrima
nía el poder que nunca tuve como Sofía. Y pensaba usarlo. Iba a desenmascarar
biado. Y ahora, yo