rcha fúnebre, el candelabro de cristal sobre su cabeza no irradiaba luz, sino una frialdad que
agnate de los bienes raíces, su sonrisa perfecta no era par
, conocía la forma en que su pulgar rozaba el dorso de la mano de otra mujer cuando creía que nadie mirab
us ojos grandes y húmedos de admiración, una universitaria que parecía un cervatillo asustado en
ro confesó un "error", una noche en la que, según él, lo drogaron en un evento y tuvo un encue
s de un supuesto rescate "milagroso" duran
le dificultaba respirar, dejó la copa en la bandeja de un mesero qu
erida, te
nunca llegaba a sus ojos, le tomó el br
r favor, piensa en la re
s asintió, su
ón delicada, tienes que ser comprensi
e pedían que perdonara, le pedían que aceptara, que se hiciera a un lado silenc
más calmada de lo que se sent
do con una estudiada lentitud, una mano pr
", su voz era un susurro
do la mirada como si fuera una intrusa, la
señor Alejandro por su ama
os ojos, ignorando la adverten
ortante como el cristal. "Sé perfectame
e segundo, un destello de triunfo apareció en sus ojos antes
é se refier
ueño paso hacia atrás, tropezó con el borde de la alfombra y soltó un grito ahogado mie
orrió hacia Mariana, arrodillándose a
¿Estás bien
oche, la miró directamente, pero no había amor ni c
ué demonios
la en medio del mar de rostros, el sonido de la música clásica finalmente se desvaneció, reemplazado por el zumb