Escocia con una furia que parec
a de Dunkeld, al norte del río Tay, res
igua catedral: La Catedral de Dunkeld. Sus piedras grises, carcomidas por el paso d
ianos, recorrido parroquias y santuarios en busca de un rastro, cualquier señal de algún niño enviado en secreto hacia Escocia en el año 1800.
su pecho se iba apagando lentamente
e había anotado meticulosamente cada pista des
ás sombrías: Herejes descubiertos, denunciados y eliminados sin un ápice de piedad, tal como su deb
rústicos donde viajeros y comerciantes se resguardaban del frío. El lugar, llamado The Thistle and Crown,
luminadas apenas por velas parpadeantes y p
la común, donde un par de hombres bebían en silencio. Fue allí, mientras repasaba sus notas bajo la
-dijo el hombre, sin
zó la vista
ba corres
o grueso y caro, sellado con un e
ja. Frunció el ceño. Aquello no era casualidad. Con mano firme, rompió el sello y desplegó la carta. La caligrafía era rápida, se
siva
estra que te enseñé bien, azote de Di
estro adorado pontífice te mantiene ocu
nde estás ahora, no hal
teros, te alejan de l
decírtelo
ón que nuestro pontífice, en su i
o el invierno agonic
iorato de St. Brynac
antigua, perdida en las brumas de Gale
ta el puerto de Cardigan, luego
señal: la cruz r
te es
un cordi
.
bozó una le
.
clave secreta que
e con que, en su entrenamiento, el carde
y discípulo. Guardó la carta en el interior de su capa
e reclinó en el catre frío, mientras
, una chispa de esperanza
Escocia aún r
travesía apenas
abía visto forzado a cabalgar largas jornadas a través de parajes hostiles,
ieve endurecida. Los árboles, desnudos y retorcidos, parecí
pudiera: en cuevas, bajo salientes de roca, o en cobertizos abandonados por los pastores. A veces, en la dis
o ni tierra
reforzada que había conseguido en un puesto d
anzaba con pasos pesados, resopla
arecían formar parte ya d
s eran la
ra diminuta para calentarse, Entienne rep
ota entre
r que las penuri
llegar al Priorato de St. Brynach antes d
tras combate contra la natu
iaje, cuando el calendario marcaba los ú
alzaba solitar
diagonal, estaba envuelta en zarzas espinosas qu
laba con fuerza, arrastrando consigo copos de nieve como si fueran diminutos cuchillos. Entienne desce
jían sobre el
emiderruido, parecía abandonado desde hacía siglos
cubrir cambiarían su misión para siempre. Apoyó su espalda contra una de las piedras del monumento, resguardándose un poco del viento, y entrecerró los ojos, escudriñando la bruma
os huesos. Entienne ajustó su capa con fuerza mientras vigilaba
iso, sintió el filo de
es que pongas atención a lo que te rodea -susurró una voz grav
penas movi
presa -contestó con tono seco, sarcástico, sin dejar
retiró co
aprendiz. Estoy aquí desde horas antes de que llegaras... y no t
ntre la niebla. Entienne respiró hondo y lo siguió, con el
oronado, Borgia retiró una gruesa piedra musgosa y reveló una entrada subterránea: un túnel de piedra antigua, hú