s riscos de Cornual
mía entre los viejos vitrales, como si el mismísi
vero pero alma piadosa, atendía
el sudor de la fiebre, descansaba agitada en una de las habitaciones
la trajo de manera clandestina usando una de las
había querido ayudar en cuanto supo de la misteriosa paciente. Pero Rowena, firme, la había nega
la mano de la mujer enferma, s
trajeron aquí... -susu
fiebre se los volvió a cerrar. La abadesa, al borde de las lágrima
cultarte pa
embló- ella pregu
erdad... en
l alma. Porque sabía que la llegada de aquella mujer cambiaría todo. Que su prote
techo que parecían mirar desde los cielos, el cardena
su escudo. Sabía que el nuevo pontífi
ía que la elección del pontífice había estado viciada de trampas y engaños, y que más pronto que tarde la verdad emergería. Por eso, deb
Valois. El joven inquisidor, su antiguo pupilo, había caído en una s
dadero camino. Pensó entonces en la única espe
e religión y política. Su creador había sido un hombre legendario, un vikingo lle
ro que abandonó el saqueo para abrazar la fe cristi
res frente a la corrupción del poder. La Orden del Equilibrio aún vivía, en susurros y acciones invisibles, y
ne ya había partido hacia Escocia, en busc
ienne no sabía a qui
i era homb
ca de lo que imaginaba. Borgia suspiró, mirando hacia
que el t
e Di
nto, en una habitación oculta de Cornualles, el destino de
gado con una crudeza
s y frío implacable, trayendo consigo l
se hacía sentir, producto de los estragos d
llevado a los campesinos a la miseria, y en los campos de Cornualles los hombres lu
iraba en el viento, tan
a entre riscos y acantilados, seguía siendo
sido traída en secreto por Geov
il, se había despejado d
abadesa Rowena, no salía de su habitación sino hasta que
cilla: su presencia de
as monjas deb
da de no volver a estar encerrada en la soledad fría de aque
angre sie
o látigos, y el viento parecía querer arrancar las piedras misma
mundo vivo
a burda, que la abadesa le había
esbaladizo, se extendían como arterias verd
dad le pegara el cabello al rostro y que el sonido de los animales nocturnos -el
remo de la abadía, una jove
años, se revolvía una y otra
onjas benedictinas eran a
desnudas, iluminadas apenas por una v
ergón de paja envuelto en una sábana de lino rústico, una manta gruesa para soportar el
comodidad. Solo silenci
o, no podía perm
tud la hab
, más intenso que la obedienc
n, se colocó unos zuecos de m
s de piedra, con arcos de medio punto, iluminados aquí y
, sosteniendo la manta con una mano y con la o
deb
que no
ía prohibido acercarse
y su curiosidad f
vez había pertenecido a las peregrinas enfermas, pe
de una pesada puerta de roble marca
razón latirl
de la puerta llegab
de alguien cami
y entonces, sin saber exactamente por qué, empu
la dejó s
ose por una ventana rota, la figura de
al viento, su manto ondeaba co
a la había vi
a nunca había di
que le heló la sangre, que aq
rincón olvidado de su
sangre dormida... c
rado habían tejido un pequeño refugio para ambas, alejándolas
tó la cabeza en su mano y miró a Eleonora con
reguntó en voz baja-. ¿Qué
té, buscando coraje entre las
a historia de una manera velada... esperando que su coraz
susurro de las brasas- en que una mujer noble
ecer... porque así era el de
ro en alguien que no estaba destinado para ella...
s ojos, embelesad
errores de las mujeres -continuó Ele
u hija, apenas vi
etieron cuidarla... y a ella, la mujer, la enviaron a
como si esa historia resonara en a
nte por qué, sus o
ió a verla? -pregu
con la cabeza, los ojos
spondió, su voz
Imaginar cómo crecería, si
breve
la madera acompaña
hacia Eira y con una mirada carg
ubieras sid
maron, que fueron forzados a alejarse
endida por la intens
to, dejando que su corazón
-dijo finalmente, con un
n estado conmigo... s
que aunque estuvieran lejos, su
reproches, co
mo quien recibe un bálsamo sobre una he
y bajó en un su
e vibraba en la habitación, decid
inclinándose un
ar las cosas del
scapar una risa
sé -m
niega la voz y la voluntad a las
ya era una mujer casada
tros "pecados", se pagan
recordando el ec
ebé... del hombre a
arón al rey, me aisló, me borró
a huido lejos con mi niña... pero una
y salvación más all
bién la mirad
-dijo en voz baja, casi com
vivido en e
. ¿cómo será el mundo
iró con infin
e mucho, pequeña
ombres, la vida puede
, casi siempre, es
suspendidas en el aire
eza profunda que emanaba d
labios sin querer, recordándole qu
e... -dijo con
toca trabajar e
el todo, Eleonora la detuvo tomándola
conmigo..
si fueras mi hija, solo p
ernecida,
en la cama, envuelt
razos con timidez, y
momento
su pecho el calor de la vida que una
na melodía que sanaba poco a p
endo que por fin, después de años
nora fue distinto a cualquie
desa Rowena siempre le ofreció
ternura profunda, de amor incondi
ras el fuego crepitaba suavemente, y el viento d
manto de la noche, amba
del universo, las almas heridas e
s muros, pero en aquella habitación hum