n el silencio de la madrugada, solo roto por el sua
largas horas en el mar. El olor a sal y a pescado impregnab
. Número desconocido. Un mal pres
uen
ado era profesio
on el señor
soy
eneral. Su hijo, Juanito Cr
a, el olor a sal, todo desapareció. Solo existían es
tá él?" preguntó,
na que pareció du
jor que venga
nas pudo volver a colocarlo en su base. Su primer instinto fue buscar a Sofía, s
o de llamada sonaba y sonaba, sin respuesta.
fía, por favo
a la voz preocupada de su esposa lo que escuchó. Era música, mús
oz de Sofía sonaba lejana, i
voz rota. "Es Juanito... tuvo un acc
lado, solo interrumpido po
, ¿qué tan grave es? Justo
peó a Armando con l
uedes? ¡Es nues
tidio. "Pero es la fiesta de Ricardo. ¿Sabes lo importante que es esto para él? Es su gran noche,
hasta el cuello con usureros. El motivo por el que Juanito, su hijo de diecisiete años, un prodigio del fútbol, había tenido que dejar los e
n susurro cargado de dolor. "¿Me estás
e escapo. Tú ve para allá y me mantienes
co
do de la línea muerta resonando en sus oídos.
hacia el hospital, sino hacia el salón de fiestas más car
a visto, reía a carcajadas, con una copa de champán en la mano. Estaba de pie junto a Ricardo, quien, ataviado en un traje de charro blanco y dorado, era e
medio de su angustia. Mientras su hijo
cia. La gente lo miró con desdén. Caminó directamen
of
isa se desvaneció, reemplazada po
e dije que me llamaras?" susurró,
dijo él, ignorando a Ricardo
baja. "Esta es la noche de Ricardo. No la voy
de Armando se quebró. "El
los ojos
n. Anda, vete a casa, Armando
a espalda, y levantó su cop
ómo le susurraba algo al oído a Ricardo, cómo su mundo segu
el dolor por su hijo, era el frío y cortante entendimiento de que la mujer q
la risa de su esposa, lo siguió hasta la calle, donde se mezcló con el llanto silenci