la funeraria, usando la espalda de un catálogo como apoyo. Mi
bre, la puerta se abrió y entraron dos figuras encorva
a pesadamente en un bastón. La señora Vega, con el rostro surcado de arr
ega, su voz rota. "Ricardo no nos contesta el teléf
an. Solo asentí, y en ese simple gesto,
a mantenido contenido por horas. Me derrumbé en los brazos de mi sue
o..." sollozaba ella,
e espasmos. "Debí protegerlo, no
, golpeó el suelo con su bastón. Su rostro, norm
raciado!" su voz retumbó en la pequeña ha
ave en su bolsillo, la fiesta, la publicación en Instagram.
l señor Vega pasaba de la in
, su voz peligrosamente baja. "¿Lo
en
de ese jardín hace dos años! ¡Le pagaba a un jardinero para que revisa
sus ojos llenos de
s dijo la semana pasada? Que iba a empe
e secó las lágri
aban las flores, que quería un jardín lleno de vi
rrible sospecha que empezaba a formarse en mi mente. Esto no
o de rabia. "Esa mujer, esa Sofía... y mi hijo... trajeron l
de mi hijo no fue un accidente trágico, sino un resultado esperado, o peor aú
devastado, una nueva y terrible
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