da mano que siempre decía usar. En su rostro no había sorpresa ni preoc
voz que era pura miel envenenada. "Encont
ue yo, con mi enorme barriga y mi cuer
la, y su rostro furioso
malentendido con las cuentas
en mi boca por haberme mordido el labio. "Me humillaste, me tiras
no se lo explicas tú, Sylvia? Tú sabe
ia vaciló por una
dido. "¿Qué tiene que
de mis sueños de maternidad a mi alrededor. Mi esposo, de
en una contracción inconfundible, fuer