la mansión Halsten. El aire denso anunciaba una tormenta cerca
ado "hogar" sin que realmente lo fuera jamás. Las columnas blancas, los ventanales alto
ya no er
silenciosa. Los empleados, obedeciendo las órdenes de Leonard, habían evitado cruzarse con ella durante los úl
, que alguna vez compartieron, ya no tenía rastro de Leonard. Él había o
sábanas blancas, impecablemente tendidas por las
o de mí, Leonard -susurró para s
es valijas de cuero negro, discretas, sin los logos co
ue alguna vez vistió en las galas de su marido. Solo se llevaba lo esencial: su ropa bási
vez el interior de las maleta
untó su amiga al ot
soltó u
es la última vez q
por ti? -ofreció
. Quiero hacerlo sola. Necesito cerr
breve
o -dijo finalmente su amiga-. Hoy empie
dejó el teléfono
mayordomo de la mansión, el viejo señor Warren
ció con un tono que mezc
ra, señor Warren -corrigió e
urante los años de matrimonio, Warren había sido uno de l
ra. Espero... espero que encuent
miró con afe
amable conmigo que mi propio e
ante. Abrió la gran puerta de la mansión y Catalina, con a
levantó algunas hojas secas alrededor. Las puertas de la
o de un cicl
etas en el vehículo. Catalina subió al asiento trasero y, mientras el au
habían sido su pr
uedaban
asado: las cenas silenciosas, los cumpleaños olvidados, las miradas indife
lama de esperanza. Cuando pensaba que, tal vez, con tiempo y pac
iso hijos. Nunca quis
ntiendo cómo la tristeza era reemplazada l
raba. Catalina bajó y, al levantar la vista, encontró a su a
o, querida -le dijo Sofía mie
un instante, permitién
o tiempo aquí, Sofi. So
ta pa
u mirada ya no era la de l
uevo. Y para cobra
dijo nada. Sabía que la mujer que te
vas había d
nacía... er
destruir al hombre q