Londres no ofrecía treguas, que sus cielos grises eran más que un cliché: eran parte del ri
io de temperatura, caminaba cada mañana a la galería Wren & Co. con una puntualidad casi ritual. El trayecto de veinte minutos la llevaba por calles angostas llenas de árboles retorcidos
u mundo se limi
irar hacia el horizonte, mientras la silueta borrosa de un hombre de pie, a unos metros, sugería una historia no contada.
gularidades en la textura. Pequeñas líneas curvas bajo la pintura que no correspondían a ninguna
de los árboles
Frases enteras trazadas con una escritura anti
visible
a existir, pero exi
allazgo, sino por la manera en que la frase resonaba con algo den
que debía informar a Margaret, pero decidió esperar un poco m
las cinco. Se refugió en un café frente al río, una pequeña joya con lámparas colgantes y música de jazz
o no debía
intura? ¿Quiénes eran esas dos figuras? ¿Era acaso u
ras de leer el final
chaqueta de cuero y la cámara colgando del cuello. Ligeramente mojado por la lluvia
reguntó ella, a
espondió él, señalando la ventana-. Y
ir permiso, como si supiera que podía hacerlo. Sacó una libreta también, m
una libreta encim
la ciudad h
el pasado mur
ncio. Cómodo
dijo él, tomando un sorbo del
ra de por qué le estaba c
lara. Representa una escena de jardín, una mujer y un hombre... pero lo
lzó la
ensaje
hibido, quizá. Aún
romántico con alma cl
artó la
isiera contar algo y, al mismo
los codos
o que contar y esco
qué responder. No estaba lista para hablar de Nueva York. N
lmente-. Solo que algunos lo
son
os lo re
móvil de Emma. Margaret le pedía un informe pre
a, cerrando su libre
a ver? -preguntó
da. No de violencia, sino de posibilidad. Como
nde -dijo, y salió sin
plió una de las zonas con palabras y, gracias a la resolución a
Pero yo nunca te s
la ventana. La lluvia seguía cayendo, pero ya no le parecía
opa de vino. En
anotó una nueva f
los lugares más visibles. Solo ha