tener la realidad,
Brad
s piernas y mis pies humedecidos con las frías olas. Me encantaba sentir como se iban hundiendo en
emplarla sonriendo y ver el par de hoyuelos que se formaban en sus mejillas. Algunos conocidos siempre decían que yo me parecía a ella, eso
ría con una hemoptisis; desde ese entonces, su ánimo cambió; dejó de sonreír e ir a la p
de la playa. Era una forma de no pensar en el presente y
mí. No quise subir el rostro y mirarlo. Pero sentí su mira
regresaba en dirección a mí. Aceleró el paso y yo comencé a corr
antarme, pero él se abalanza sobre mí. Siento su cuerpo pesado e intento zafarme. Una de su
udara. Pero fue en vano. Me abofeteo y dejó, levemente inconsciente. Cuando d
carro me hubiese arrollado. Caminé mientras el polvo de la arena se mezclaba con mis lágrimas y maquillaba de miedo y dolor mi rostro. C
esitaba limpiar mi piel de aquellas despreciables caricias. Por casi treinta minutos estuve bajo la regadera; co
traes un va
vo –le respondí envolv
tectar cuando sus hijos no están bien. Y creo que es así, por la manera en que me miró cuando me ace
no llorar. Desde allí, se convirtió en mi mejor arma, el ocultar mi dolor. Fue mi
ienza mi