do colectivo, un golpe personal sacudió los cimientos de mi mundo: la partida de mi padre. Como un terremoto em
sarcástica y familiar, resuena en mi mente como un eco del pasado, un recordatorio constante de lo que hemos perdido. Es asombroso cómo
erzos compartidos, partidas acaloradas de ludo, risas desencadenadas por sus chistes hilarantes... Momentos cotidianos que, en retrospectiva, brillan con una luz especial e
emergencia emocional" para cuando llegara el día. Me convencí de que estaría lista para asumir el papel de primogénita, para ser el pilar inquebrantable que mi familia necesitaría. Qué ingenua fui al pensar que el dolor podría ser
habría una voz conocida que me dijera que todo estaría bien y que no me preocupara porque "la yerba mala nunca muere". Aún puedo escucharlo decir eso, tal vez partió antes porque él no era yerba mala, al contrario, era un ser capaz de ayudar a quien lo necesitaba y con una belleza de alma única, inefable
compañero no deseado. Pero, hasta ese entonces, nunca se había manifestado como palpitaciones cada vez más intensas que amenazaban con hacer estallar mi pecho, manos sudorosas que parecía
deja llevar por un viento invisible. Mi mirada había dejado de representar a una persona ansiosa por comerse el mundo, ahora esbozaba a un ser temeroso que no dejaba de preguntarse cuándo se detendrían est
no puedo dormir", me cuestionaba a mí misma en un intento desesperado de ordenar a mi cuerpo que se acogiera a los brazos entrañables de Morfeo, que parecía haberme abandon
leradas se volvieron mi nuevo ritmo cardíaco normal. Los pensamientos intrusivos, antes visitantes ocasionales, ahora parecían inquilinos permanentes en mi mente.
contra la marea creciente de mi angustia. Era un error nacido de orgullo, de miedo, quizás incluso de negación profundamente arraigada en mi infancia. Creía que admitir la necesidad de ayuda e
da. La confluencia de la pérdida irreparable, el aislamiento forzado y la ansiedad creciente que amenazaba con ahogarme creó un punto de inflexión ineludible en mi vida. Me di cuenta, con una mezcla de temor
duelo y recuperación, sino de autodescubrimiento y crecimiento personal. Comprendí que honrar la memoria de mi padre no significaba ser una roca inque
los demás, buscar ayuda significaba develar sus más profundos miedos ante un desconocido. Era sinónimo de ser vulnerable y darle las herramientas a otra persona para potencialmente las
trar una forma de vivir con la pérdida sin que esta me consuma por completo. Sabía que el camino por delante era incierto, lleno de obstáculos invisibles y desafíos emocionales, pero por p
ia, cada lágrima derramada, cada recuerdo compartido se convirtió en una palabra, una frase, un párrafo en la historia de mi recuperación. Aprendí a ver mi ansied
nes que una vez dominaban mis noches empezaron a ceder, reemplazadas por una calma que, aunque frágil, era un testimonio de mi progreso. Los pensamien
r hacia adentro, para enfrentar mis demonios sin las distracciones del ajetreo diario. Aprendí a encontrar paz en el silencio, a valorar la soledad no como un castigo, sino como una oportunidad de crec
y frágiles en los primeros días de duelo, se fueron reconstruyendo lentamente. Compartir nuestra vulnerabilidad se convirtió en un puente que, aunque tembloroso, nos unía más allá de las pala
intrusivos, cada momento de calma robado a la tormenta de mi mente, lo siento como un homenaje a su memoria. El camino sigue siendo incierto y a menudo aterrador, lleno de disparadores que amenazan con desencadenar mi ansiedad. Sin embargo, avanzo con pasos titubeantes