el muro del valle sin
posible que de momento esté cortejando
rosas ahí? –pr
nuevamente a cavar. –Las h
a–. ¿Dónde está la puerta? Ti
eflejó una expresión tan insocia
hace diez
ay puerta! –e
rta y nadie
y no ande metiendo la nariz en donde no debe. Dejó de cavar, se echó la pa
a algún día salir a pasear por el pueblo y conocer más de Mérida, no quería pasar todos los días encerrada en la mansión o limitándose a ver sólo los jardines. Al llegar a su cuarto no vió a
o y ventoso, prefería bajar antes que quedarse en su habitación, donde no tenía nada que hacer. Sin que ella se percatara, caminar rápido, y correr por los senderos y la avenida lucha
a. A la hora del desayuno, miro con apetito al plato de aven
ó el desayuno –dijo
eno –contestó la ni
le da hambre. Siga jugando en el jardín y verá qu
o con qué jugar –dijo
s hermanos juegan hasta con palos y piedras o corre
iones buscaba a Johan Rivera, a pesar de que, al verla acercarse, parecía estar siempre ocupado o ponía
trecho de hojas obscuras que daba la impresión de haber sido olvidado por el jardinero. Pocos días después de su primera conversación con Johan, la niña estaba observando el mu
ó–. ¿De ver
s, que éste le respondería. El azulejo le contestó gorjeando y brincando sobre el mur
nto y el sol están espléndidos hoy? ¿Po
zulejo volaba a cortos trechos sobre
a de silbar. El azulejo, muy satisfecho, cantaba y silbaba a su vez. Por fin, el pajarito
sa oportunidad ella estaba en la huerta, en cambio ahora se encontraba en el sendero que co
que no se puede entrar –se dij
a primera mañana y alcanzó a ver al azulejo en el mo
estoy segura de
te el muro en toda su extensió
bía puerta y es así; pero hace diez años existía una
su tío. Por otra parte, en donde vivía antes hacía mucho calor; en cambio, el frío del p
ntía somnolienta y muy a gusto. Ni siquiera se molestó por la larga charla de Mariana; al
Alberto odia el
ez, Mariana se sentó junto
a que le sucedería. A mí me pasó l
dia? –volvió a p
blando de otras cosas pero, ante su in
n de ellas, pues ningún jardinero podía entrar en él. Cerraban la puerta y los dos permanecían ahí, leyendo o conversando. Ella, que era una joven delgada, solía sentarse en la rama de un viejo árbol sobre el cual trepaban las rosas. Un día, esa rama se quebr
gía el viento. Se sentía bien pensando en las cosas buenas que le habían sucedido desde que llegara a esa
do. Era muy curioso, como si en algún lugar llorara un niño, pero, en ocasiones, también el viento llora. Siguió escuchando y,
ó ll
te Mariana s
veces suena como si alguien se
e–. Es alguien en la casa
abriendo violentamente la puerta de la habitación en que se encontraban. Ambas saltaron de sus a
. Le dije que alguien es
escuchó que alguien cerraba otra puerta de un golpazo. Luego tod
, o quizás, la ayudante de cocina que h
es la niña, al mirarla fijamente, tuvo la impr