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Marcos y Sara se encuentran en una encrucijada, la vida los obliga a ser solo amigos, mientras sus cuerpos e instintos piden a gritos superar la barrera de la amistad para vivir la pasión que los une. ¿El afecto indiscutible, la relación natural y poderosa entre ambos serán suficientes para superar los problemas que el pasado de Sara imprime en su historia?
Sara
Las cortinas anaranjadas de tela fina permiten ver el exterior de la habitación a través de la ventana. El pasillo del hotel de ruta se encuentra desierto y tras varios minutos sin movimiento me convenzo de que puedo descansar unas horas antes de seguir mi camino.
Con solo tocar la almohada, sin si quiera correr el acolchado, caigo rendida en un sueño profundo. Unos fuertes golpes en la puerta interrumpen mi descanso y me despierto sobresaltada, con el corazón a punto de estallar y los nervios a flor de piel. Respiro agitada pensando que mi intento de salvación fracasó. Un sudor frío invade mi frente y tapo mi boca con una mano intentando ahogar cualquier sonido que pueda delatar mi presencia.
Veo que afuera ya es de noche y ahora unas pocas luces permiten divisar figuras inentendibles del otro lado del vidrio. Me alegro de no haber encendido ninguna luz en la habitación y pienso que debería esconderme. Recorro el lugar con la vista y entiendo que no hay donde hacerlo. Entonces siento los golpes nuevamente y ahogo el llanto cubriendo mi rostro entero con ambas manos.
- Señorita, pidió que le avisáramos a las 22 horas.- Dice del otro lado la voz juvenil del chico de la recepción.
Mi respiración se ralentiza y las palpitaciones de mi corazón se van calmando.
- Gracias- Digo lo más fuerte que puedo y me dejo caer pesadamente sobre la cama otra vez.
- Necesito irme cuanto antes.- Digo en voz alta para mí.
12 horas en cada lugar, no más que eso. No puedo romper la regla de oro que hizo que haya podido escapar durante ya dos semanas.
Me ato el pelo, coloco la gorra y subo nuevamente al auto para incorporarme a la ruta y manejar otras 12 horas con rumbo incierto.
Sara
Nueve años atrás
No puedo distinguir qué predomina en mi interior, si la alegría o los nervios. Miro a mi alrededor y veo a todas las personas igual de expectantes. Supongo que el primer día de Universidad nos afecta a todos por igual.
-Disculpame, ¿sabes dónde queda el auditorio? –Pregunto a una joven que se cruza en mi camino.
-Sí, justamente estoy yendo para allá. ¿También sos ingresante? –Contesta ella, mientras ambas caminamos por el pasillo.
-Sí. Sara, mucho gusto. –Digo con una sonrisa, extendiendo mi mano hacia ella.
-Josefina. Igualmente. –Devuelve el saludo, estrechando mi mano.
Seguimos conversando animadamente hasta llegar al salón, en el cual las autoridades de la Facultad se presentarán y nos darán una charla. Leo la pantalla: "Introducción a la vida universitaria", reza la presentación.
Mi nueva amiga me cuenta entretenida que tiene un año de ventaja, el año pasado había comenzado antropología en la misma Universidad, pero este año se cambió de carrera y ahora, afortunadamente, seremos compañeras.
Tres personas más se acercan y la saludan, educadamente ella me presenta y los cinco conversamos mientras esperamos el inicio de la actividad. Unos minutos más tarde la puerta lateral se abre e ingresan unas doce personas con vestimenta elegante y aires de superioridad. Mi vista se dirige directamente al último de los hombres, que camina con seguridad hacia su asiento sin apartar la vista de su móvil.
No tengo dudas de que es el hombre más atractivo que vi en mi vida. Lleva el cabello negro perfectamente peinado hacia atrás y una barba corta y prolija que deja ver lo fuerte de su mandíbula. Su espalda ancha combina a la perfección con el tamaño de su cintura, y el traje hecho a medida marca adecuadamente lo trabajados de sus hombros y su privilegiado trasero.
-Otra más que necesita babero por culpa de Montalvo. –Dice Lorenzo, uno de los chicos, que se encuentra sentado al lado mío.
Me sonrojo al ver que se refiere a mí, pero al mirar a los costados advierto que no soy la única. La mayoría de las mujeres lo miran con la misma expresión que yo, varias conversan entre ellas y otras se arreglan el cabello o los escotes de las blusas.
Cuando el profesor se sienta en su lugar y levanta la mirada hacia el público veo que el color de sus ojos termina de completar el combo mortal que su físico significa para las mujeres. Aunque no distingo el color de sus ojos, la claridad de los mismos hace que sean hipnotizastes. No consigo hacer que mi cuerpo responda, aparatando mi vista de él, en su recorrida visual por los asientos sus ojos se cruzan con los míos y veo que una sonrisa indisimulada aparece en su rostro.
-Muy bienvenidos a todos. –La voz de una mujer mayor, que ahora ocupa el púlpito interrumpe la conexión y logro desviar la mirada hacia ella, sintiendo que todo en mi cuerpo está ardiendo con un calor incontrolable.
No registro nada de la charla, porque me paso las dos horas pensando en él, intentando verlo sin mirar directamente en su dirección, aunque supongo que es inútil, porque luego de ese primer momento no volvió a dirigirme su atención.
Sobre el final del encuentro la profesora que expone advierte que presentará al plantel docente, representado en los jefes de departamentos que la acompañan en el escenario. Mi ansiedad aumenta cuando se va acercando al hombre que ocupa mi mente, que estratégicamente se ubicó al final de todos para aumentar la expectativa.
-El Dr. Iván Montalvo es el encargado del programa de acompañamiento estudiantil y las becas interuniversitarias. Solamente los mejores estudiantes accederán al trabajo con su departamento así como aquellos que quieran iniciarse en la carrera docente, comenzarán también formando parte de los equipos a su cargo.
Me atrevo a mirarlo nuevamente, aprovechando que está hablando de él, y cuando vuelve su vista al público lo hace directamente hacia mí, generando que el ardor se expanda otra vez en todo mi cuerpo y mis mejillas se sonrojen inevitablemente.
El primer mes de clases pasa volando, entre fiestas de bienvenida y presentaciones de las materias. El grupo al que me incluyó Josefina se volvió sumamente importante para mí, ya que gracias a ellos la soledad de vivir en una Ciudad nueva y sin mis padres y hermana, por primera vez, sea un poco menor.
-Esta noche tenemos fiesta en el Pub de la calle 50. –Dice animadamente Josefina, mientras comenzamos a juntar nuestras cosas para salir, habiendo terminado la jornada del día.
-No voy a poder ir, tengo que estudiar para el miércoles. –Respondo con seriedad.
-Todos tenemos que estudiar para el miércoles, pero es jueves, podrías despejarte un par de horitas, un nueve no te va a matar. –Replica Jaime. Todos nos reímos de su comentario, pero el ingreso al aula de otra profesora llama nuestra atención.
-Buenas tardes. Antes de que se retiren les comunico que mañana tendrán el primer encuentro con el gabinete de acompañamiento estudiantil. Por favor lleguen puntuales. –La elegante mujer sale del aula, dejándonos a todos con preguntas sin contestar.
"Acompañamiento estudiantil", repito mentalmente, mientras recuerdo para mí que es una de las áreas a cargo de Montalvo.
-No te ilusiones, no va a venir Montalvo a charlar con los ingresantes. –Me carga Franchesca, por mi obvia fascinación con el docente, que todos conocen.
Salimos los cinco del aula y desde entonces, las mariposas se instalan en mi estómago ante la sola posibilidad de verlo nuevamente.
Las esperanzas se frustran cuando, al día siguiente, en vez de venir el jefe de departamento, viene una auxiliar. Una joven hermosa, muy producida y sensual, que deja a todos los varones, y varias mujeres, con la boca abierta.
-Montalvo tiene bien gusto. –Dice Lorenzo, que al ver mi expresión me abraza y me mira con pesar. –Lamento desbaratar tus ilusiones amiga, pero los rumores son que al Jefe le gustan las colegas, no las estudiantes.
-Sí, aparentemente es más de las experimentadas. –Acota Franchesca y todos reímos.
-Supongo que voy a sobrevivir. –Bromeo, aunque en realidad siento una importante decepción. Desde hace muchísimo tiempo que un hombre no me parecía tan atractivo como el profesor, aunque igualmente estoy convencida de que nunca hubiera tenido las agallas suficientes para que algo sucediera.
El cuatrimestre termina y los esfuerzos realizados, las horas de estudio, la ausencia a varias fiestas y el esmero en los trabajos dieron su fruto y alcanzo el primer promedio de mi clase.
-Felicitaciones Rodds. Su promedio y desempeño fueron impecables. –Dice la profesora de acompañamiento estudiantil, al momento de entregarme las calificaciones finales. –Mañana a primera hora tiene que presentarse en la oficina doce, del quinto piso. –Sin más explicaciones continúa con su explicación y oigo que a varias personas más las cita, en diferentes horarios, en la misma oficina.
Las clases finalizan más temprano que lo habitual, ya que la mayoría de las materias no tienen más contenido a desarrollar, por lo que vamos todos a celebrar en un bar cercano a la Facultad.
El ambiente festivo me pone nostálgica, pensar que me costó tanto la decisión de venir a estudiar lejos, y ahora puedo ver que fue lo acertado. Tengo muchos amigos, mis notas no podrían ser mejores y siento que mi futuro está solo en mis manos. Pero la fiesta termina pronto porque mañana, a primera hora, tengo que ir a ver de qué se trata la reunión misteriosa.
A las ocho en punto toco la puerta de la oficina doce, del quinto piso, tal como indicó la docente la tarde anterior.
-Pase. –Dice una voz masculina del otro lado.
Cuando entro me quedo helada. Frente a mí se encuentra él, Iván Montalvo. Todos estos meses deseando verlo, cruzarlo en algún pasillo, sin ningún éxito, para ahora, en el momento menos pensado, tenerlo en frente y quedarme así, estática como una tonta.
-Ah, es usted. –Continúa, con indiferencia. -¿Qué necesita? –Sigue impaciente sin apartar la vista de los papeles que se encuentra revisando.
-Me indicaron que viniera acá, hoy, a primera hora. –Digo con un hilo de voz, cuando consigo articular las palabras.
-¿Usted es Sara Rodds? –Pregunta revisando su notebook con incredulidad.
-Sí. –Contesto, ya un poco molesta por su tono.
El suspira, deja la birome sobre la mesa y se recuesta sobre el respaldo de su asiento. Lleva una de sus manos al apoyabrazos de ésta y apoya el codo en el otro extremo, llevando su mano a su barbilla.
-Siéntese, por favor. –Dice, señalando la silla frente a su escritorio. –Le voy a ser sincero. Usted parece una persona que no puede hilar dos palabras seguidas, que evidentemente no conoce el concepto de "primera hora" y que sin dudas necesita madurar bastante. –Siento que todo en mí se desinfla y tengo que esforzarme por evitar que las lágrimas afloren. –Sin embargo, sus calificaciones fueron las mejores de la clase por lo que me veo en la obligación de trabajar con usted. –Acota sin emoción en su voz, luego de revisar una vez más su computadora.
-Lamento que haya tenido esa impresión de mí. Puedo hilar todas las palabras que necesite, "primera hora" es un concepto muy vago, sería bueno que su adjunta use uno más específico si se refiere a un horario diferente al que entramos los alumnos y soy lo suficientemente madura para mi edad. –Digo, soltando la catarata de palabras, con un tono más imperativo del esperado.
Mi reacción le sorprende y, evidentemente, le gusta, porque se sonríe por primera vez, dejándome ver su perfecta dentadura que, enmarcada en ese rostro escultural, me derrite nuevamente.
-Nos vamos a llevar muy bien. –Contesta seductor. Aunque comienzo a comprender que esa es solo su personalidad, que no tiene ningún interés particular en mí, por el contrario, que es obvio que no soy su persona favorita.
Sin tocar la puerta ingresa la otra docente, que al verme se asombra y lo mira sin entender.
-Llegó la primera alumna. Tarde, pero llegó. –Dice él hacia ella, pero mirándome fijamente.
Aprieto la mandíbula del odio por no poder defenderme y bajo la mirada, esperando que con ello la tensión disminuya.
Conversan entre ellos unos minutos y finalmente me dicen que trabajaré en el proyecto que lleva adelante Montalvo, en persona.
Hasta hace unos minutos, la idea de trabajar con él me hubiera emocionado, pero ahora no sé cómo tomarla. Tendré apartados los viernes a la tarde para trabajar en el grupo de investigación que dirige el docente y estudiar varios temas seleccionados. La parte académica no me preocupa, por el contrario, me emociona. Pero pensar en tenerlo cerca una vez por semana, con toda la tensión y la mala energía que me genera, me hace pensar que quizás podría pedir un cambio con alguna excusa. Pero nadie me está preguntando, entiendo que los docentes me están informando su decisión, por lo que simplemente asiento y me retiro. En cuanto la puerta se cierra los escucho hablar un reírse. Me imagino que es de mí y la furia aumenta sin poder contenerla.
El viernes siguiente me presento quince minutos antes de la hora indicada y cuando ingreso al salón de estudio me encuentro con una mesa amplia, con sillas alrededor. Los ventanales dan al patio del edificio, dejando entrar una luz solar agradable y la mesita al costado está colmada de opciones para servirse, té, café, agua, jugos... Parece más una reunión de docentes que un espacio para alumnos.
La puerta se abre y cuando me giro, veo a Montalvo de pie, mirándome.
-Buenas tardes. –Dice sonriendo.
-Buenas tardes. –Contesto apretando mis libros con más fuerza.
-Veo que hoy sí llegó a tiempo. –Dice en tono burlón, mientras se acerca a la mesa y comienza a prepararse un café.
No puedo apartar mi vista de sus músculos, que se marcan con cada movimiento bajo la camisa fina que hoy lleva arremangada sobre los codos. Su pantalón de vestir, como siempre, marca sus atributos a la perfección, invitándome a admirarlo inevitablemente.
Cuando me doy cuenta, él está tomando su café y mirándome con una expresión seductora que me hace hervir por dentro. Por suerte la puerta se abre e ingresan unos siete estudiantes más, de diferentes edades. Todos saludan alegremente y con familiaridad.
- Iván, ¿viste el partido del sábado? Ahora no haces chistes eh. –Comenta uno de los chicos mientras lo saluda con un choque de manos.
-Calmate que somos mayoría Pancho, no te hagas el vivo. –Replica otro, mientras todos van saludando y sentándose en sus asientos.
Veo que todas las sillas quedan ocupadas, sin lugar para mí y la incomodidad se hace más fuerte que antes.
-Bueno, dejen las pavadas y a trabajar. –Dice Montalvo, con una simpatía que no había visto antes. –Les presento a Sara Rodds, es de la cohorte de este año y se va a unir al proyecto. Hoy les voy a dar las indicaciones y voy a tomarme el resto de la jornada para explicarle sobre nuestro trabajo y cómo se va a insertar en la investigación. No hace falta que se presenten, ya se irán conociendo a medida que pasen los meses pero como siempre, les recuerdo: respeto y buena onda, esas son las reglas de convivencia de este espacio.
Sus palabras y las miradas de aprobación de los otros estudiantes hacia mí me reconfortan y espero pacientemente, mientras lo escucho indicar a mis compañeros sus tareas para hoy. Todos anotan, hacen consultas y aportan ideas, hasta que finalmente terminan y Montalvo se gira hacia mí.
-Vamos, hoy trabaja conmigo. –No paso por alto el hecho de que, con ellos se tutea, se hablan como amigos, mientras a mí me vuelve a tratar de "usted". Espero que sea solo una cuestión de tiempo, pero una luz de precaución se enciende en mi interior. Hay algo en este hombre que no logro descifrar. Quizás sea justo por eso que logra bajar todas las defensas. Si sigo así, será mi perdición.
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