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El frío de la habitación me golpeaba el rostro, un recordatorio gélido de mi último aliento en esa otra vida, la que acababa de terminar. El dolor en mi pecho no era físico, era el peso de la traición de mi propia sangre, mi prima Isabella. Su sonrisa triunfante, la expulsión, la falsa acusación, el honor robado por el diseño de mi abuela... todo se repetía como una pesadilla interminable. Caí en la oscuridad, el fin. Pero reabrí los ojos, el corazón como un tambor. La luz solar en mi viejo cuarto de la academia, la fecha del concurso. No estaba muerta, había regresado. Al instante previo de la catástrofe. Los recuerdos inundaron mi mente: los ojos de serpiente de Isabella, la espalda de Marco, la soledad y desesperación. ¿Cómo pudieron esos a quienes amaba y confiaba, destruirme tan fríamente? En mi vieja vida, ¿fui tan ingenua, tan ciega, para no ver la manipulación, el veneno disfrazado de miel? Esta vez, no. Esta vez, el conocimiento es mi arma y el dolor mi combustible. La puerta se abrió suavemente. ¡Ahí estaba ella, Isabella, con la misma sonrisa falsa, la bandeja de té y la mirada codiciosa! Se acercaba a mi escritorio, a mi boceto. Pero esta vez, la ingenua Sofía había muerto. No permitiré que este destino se repita. Se acabó el juego. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo tengo un banquete esperando.