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El frío del azulejo del baño me subió por los pies descalzos, un escalofrío que calaba hasta los huesos. En mi mano, una prueba de embarazo con dos líneas claras, inequívocas. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios, porque esta vez no era de alegría, era el eco de la desesperación de mi vida anterior. Cerré los ojos y la imagen me golpeó con fiereza: el olor a gasolina y metal retorcido, los cristales rotos esparcidos. Mi hermanastra, Camila, de pie junto al coche en llamas, su bello rostro contorsionado en una sonrisa triunfal. Y a su lado, mi esposo, Alejandro, observando con indiferencia gélida cómo yo me consumía. "Sofía, siempre tan ingenua," la voz de Camila resonaba en mi memoria, "Alejandro es mío, su éxito es mío, y ahora, tu vida también lo es." Sentí el dolor agudo en mi vientre, la pérdida de mi hijo nonato, y luego... la nada. Abrí los ojos de golpe, el corazón desbocado. El mismo baño, la misma prueba de embarazo. Era el día en que, en mi vida pasada, anuncié felizmente mi embarazo, el día que selló mi destino. Mi cuerpo temblaba, pero ya no era de miedo. Era una furia helada, pura, que me recorría las venas. Esta vez no. Esta vez, no sería la víctima. Esta vez, la marionetista sería yo. "Mi amor, ¿estás bien? Te tardas mucho." La voz carismática y ensayada de Alejandro irrumpió en el baño. Sus ojos, al ver la prueba, se abrieron con una sorpresa que, ahora lo sabía, era completamente fingida. Se arrodilló, tomó mis manos con una calidez nauseabunda. "¿Sofía? ¿Es... es lo que creo que es?" Asentí lentamente, observando su obra. "¡Vamos a ser padres! ¡Por Dios, Sofía, soy el hombre más feliz del mundo!" En mi vida pasada, sus palabras me hubieran llenado de dicha. Ahora, solo sentía un asco profundo, un veneno que me carcomía. Él se separó, sus ojos brillando con una alegría calculada. "Tenemos que celebrarlo, ¡hay que darle una gran fiesta! ¡Anunciarlo a todo el mundo!" "No" , dije, mi voz sonando más firme de lo que esperaba. Alejandro parpadeó, confundido. "¿No? Pero, mi amor, es la mejor noticia de nuestras vidas." "Es muy pronto, Alejandro" , respondí, forzando una expresión de preocupación. "Los primeros meses son delicados, quiero ser cuidadosa. No quiero anunciarlo todavía." Era la excusa perfecta, una que él no podía rebatir sin parecer insensible. Me besó en la frente. Un beso de Judas. Me quedé sola. Miré mi reflejo en el espejo. La mujer que me devolvía la mirada ya no era la misma. De las cenizas, había nacido un monstruo. "Sí, Alejandro" , susurré. "Ocúpate de todo." Mientras él planeaba usarme, yo ya estaba planeando su destrucción. Y la de Camila. Y la de todos los que les ayudaron. Mi venganza comenzaba ahora. Iba a meter a todos los lobos en el mismo corral y ver cómo se destrozaban.