/0/18421/coverbig.jpg?v=f2b74bc04f67099ddb835af3b6c3affd)
En el día de San Valentín, que era también el cumpleaños de mi hija Camila, intentaba, por quinto año consecutivo, reconquistar el corazón de mi esposa, Sofía. Pero bajo las velas titilantes del pastel, Camila se inclinó hacia Sofía y susurró: "Espero que mamá y papá se divorcien, quiero que el tío Marcelo sea mi papá". Mi mundo se desmoronó cuando Sofía sonrió y respondió: "Pronto verás tu deseo hecho realidad", y después, me entregó el acuerdo de divorcio que ya había preparado. "¿Alguna vez me amaste, Sofía?", pregunté, con un nudo en la garganta, solo para escuchar la aterradora verdad: "Solo eres un sustituto. Ahora que Marcelo ha vuelto, debes irte". En cinco años de matrimonio y devoción inquebrantable, en los que sacrifiqué mi carrera y mi vida por ellas, fui visto como un simple reemplazo, un objeto desechable, ¡y mi propia hija me despreciaba! Mi corazón, ya destrozado, se congeló por completo. Así que ¿esto era todo? ¿Mi amor y sacrificio no significaban nada? Decidí que si este mundo no me quería, no quedaría ni rastro de mí. Pero justo cuando la desesperación me consumía, un sistema me ofreció una salida, una nueva vida, lejos de todo este dolor.