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El sudor me corría por la frente, mezclándose con la llovizna fría en el estadio. El pitido del árbitro era ensordecedor, pero solo escuchaba el furioso latido de mi propio corazón. Cada jugada era una batalla personal, no contra el equipo rival, sino contra una sombra en mi propio bando. Valeria, mi compañera, se suponía que jugaba a mi lado, pero cada vez que yo tenía el balón, se sentía más agresiva que cualquier defensa contraria. Un codazo "accidental", un pisotón "involuntario" y susurros venenosos: "Muévete, lenta", "Otra vez vas a fallar". Miraba a Ricardo, el capitán, mi novio, buscando su apoyo, pero él no veía nada. Sus ojos fijos en el marcador. Para él, solo la victoria importaba. Ganamos, pero no sentía alegría. El dolor en mi tobillo era agudo y la sensación de ser atacada por mi propia gente me dejaba un vacío. Al cojear, vi a Ricardo celebrar, palmeándole la espalda a Valeria, sonriéndole de una forma que nunca me sonreía a mí. Sola en la banca, intentando masajear mi tobillo hinchado, el celular de Ricardo vibró a mi lado. Lo había olvidado. La pantalla se encendió, mostrando un mensaje de Valeria: "El plan funcionó perfecto, amor. La estúpida apenas y pudo correr al final. Pronto seré yo la delantera estrella, y tú y yo celebraremos el campeonato como se debe". Mi respiración se detuvo. "Amor", "la estúpida", "el plan". Todo encajó. La hostilidad de Valeria, la indiferencia de Ricardo. Una conspiración. Un impulso me hizo levantarme. El dolor olvidado. Los seguí y me escondí detrás de unas colchonetas. "¿Crees que sospeche algo?", preguntó Valeria. "¿Sofía? Para nada", la risa cruel de Ricardo me perforó, "Esa tonta cree que todo lo que hago es por el \'equipo\', cree que la amo, es tan ingenua, tan fácil de manipular". "Pero ¿cuánto tiempo más, Ricardo? Estoy cansada de ser la segunda", ronroneó Valeria. "Paciencia, mi vida, necesito sus pases perfectos para el campeonato. Una vez que tengamos el trofeo, ella no será más que un recuerdo. El equipo será nuestro". Escuché el sonido de un beso, húmedo y largo. Sentí náuseas. Todo era una mentira, una farsa para utilizarme. Me consumió la rabia, pero una idea clara y fría se formó: no iba a ser la víctima. Si querían guerra, la tendrían. El dolor en mi tobillo no era nada comparado con la injusticia y la humillación pública. En el punto más bajo de mi vida, una promesa nació del fuego de mi ira. Me levantaré de estas cenizas y me aseguraré de que paguen por cada lágrima, por cada insulto, por cada gramo de dolor. La próxima vez que nos viéramos, no sería un circo, sería un juicio.