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Durante cinco años, mi matrimonio con Sofía Del Valle fue un desierto helado. Ignorado, humillado y tratado como una sombra en mi propia casa, vivía por la remota esperanza de un cambio prometido por la abuela de Sofía, Doña Elena. Pero mi mundo se hizo pedazos cuando la escuché. Con una risita coqueta, susurraba el nombre de Ricardo Montemayor, nuestro "mejor amigo", y hablaba de una "sorpresa" para una gala benéfica. Mi sorpresa. Mi "virginidad", subastada al mejor postor como un espectáculo. Confronté a Sofía, mi voz apenas un susurro frente a su burla cruel. "La sorpresa eres tú, querido", siseó, regodeándose al explicar cómo planeaba venderme. Me arrastraron a un cuarto, desnudaron y encerraron, solo para descubrir una cámara oculta, mis humillaciones retransmitidas a las amigas de Sofía para su deleite lascivo. "¡Mírenlo! ¡Es más flaco de lo que pensaba!", se rio una voz chillona. "Pero tiene potencial. ¡Es más divertido que ir de compras!" La vergüenza era un dolor físico, cada palabra una nueva herida. No era ira, ni tristeza, solo un vacío inmenso y helado. Aturdido y drogado, fui exhibido en una caja acrílica, "Lote #1: La Pureza Intacta", mientras la puja subía. "¡Veinte millones, de parte del señor Rodríguez!" , exclamaban. "Y el ganador no solo se lleva el premio por una noche," añadió Sofía con su voz cargada de malicia, "también recibirá un video exclusivo del... evento principal. Calidad 4K." Justo cuando la oscuridad me envolvía, la abuela de Sofía, Doña Elena, irrumpió con la furia de una diosa vengadora. "¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ PASANDO AQUÍ?!", rugió mientras ordenaba liberarme de mi prisión de cristal. En medio del caos, escuché su voz resonar por los altavoces, revelando un secreto: una cláusula matrimonial que le permitía anular el matrimonio si la dignidad del esposo era agredida. "A partir de este momento," declaró, "el matrimonio entre Sofía Del Valle y Elías Mendoza está disuelto." Sentí un atisbo de esperanza mientras me llevaban a un avión, lejos de la pesadilla. Mi destino era México, y un nombre resonaba en mi mente, un eco de un pasado feliz: Camila.