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Javier me abrazaba por la espalda, sus manos sobre mi vientre de ocho meses. Durante años, este momento fue todo lo que deseé: ser madre, construir una familia con el hombre que amaba. De pronto, un escalofrío me recorrió mientras el ecógrafo revelaba la verdad: no eran gemelos, sino un solo bebé. Mi médico de confianza, insistido por Javier, había mentido; la alegría de mi esposo por "nuestros hijos" era una farsa. El aire se me escapó cuando escuché su plan: Javier y su amante, Isabella, sincronizando el parto para robarme a uno de los bebés y asegurar el "legado" de los Álvarez. Mi vida, mi matrimonio, todo lo que creí, se desmoronó con una claridad brutal. ¿Cómo pudo hacerme esto el hombre por el que lo sacrifiqué todo? El horror no me paralizó; en ese instante, el miedo se transformó en una fría determinación. No iba a ser su víctima. Fingí resignación, mientras secretamente trazaba mi escape y mi venganza.