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A mis cincuenta años, consumí mi vida en una cama de hospital barata, cada aliento una punzada de dolor por décadas cosiendo en el ruidoso Gamarra. Frente a mí, en la televisión, mi exnovio, Javier Mendoza, brillaba como un arquitecto famoso, dedicando su premio a Camila Solari, la heredera del imperio textil, y a su hermano Mateo. Fue entonces cuando la verdad me golpeó con la fuerza de una epifanía agonizante: los Solari eran mi verdadera familia biológica, y Javier, Camila y Mateo habían orquestado un cruel engaño para mantenerme alejada de mi herencia. Yo, la tonta Isa que, a los veintidós años, decidió quedarse con Javier, sacrificando todo, viviendo en la miseria y el trabajo extenuante para financiar su carrera, solo para ahora morir lamentando una vida de mentiras. Mi último suspiro se ahogó en arrepentimiento, dejándome con una pregunta punzante: ¿Por qué? ¿Por qué me engañaron así? ¿Qué oscura trama tejieron para robarme lo que era mío? Pero justo cuando la oscuridad parecía engullirme, me encontré de pie, otra vez en el taller de Gamarra, con veintidós años, y Mateo Solari frente a mí, ofreciéndome una vez más la oportunidad de volver a casa.