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El olor a desinfectante del hospital era lo único real, mi boda con Mateo estaba a solo unos días. Pero un coche me atropelló, dejándome con las piernas inmovilizadas. Mateo, mi prometido, mi todo, me consoló: "Me encargaré de todo. Ese desgraciado pagará." Sin embargo, esa noche, escuché su voz fría hablando con el médico: "Retrase la cirugía una semana más." No podía creerlo, ¿por qué querría que quedara paralítica? Mis manos temblaron al desbloquear su móvil, usando la fecha de nuestro aniversario como contraseña. Allí, en un álbum oculto llamado "Mi verdadero tesoro", encontré fotos de Elena y un niño, Leo, con los ojos de Mateo. Y luego, el mensaje de Elena: "¿Y qué pasa si se recupera?", a lo que él respondió: "No lo hará. Durante una segunda operación, diré que hubo complicaciones. Le quitarán el útero. Nunca podrá tener hijos. Solo tendrá a nuestro Leo." Mi corazón se hizo pedazos: no era su prometida, sino un peón para legitimar a su hijo secreto. Él quería una inválida dócil, pero en ese instante, en el silencio del hospital, una llama de venganza se encendió en mí. Si él quería una muñeca rota, eso es lo que vería, hasta el día de mi resurrección.