/0/17037/coverbig.jpg?v=2fe0f9b209c64272041b023347657628)
Mi vida, como pescador mudo, transcurría bajo el control asfixiante de Isabella, mi esposa, una mujer cuya crueldad sádica se escondía tras un amor protector. Mis traumas infantiles, especialmente el olor a pescado podrido, eran sus herramientas favoritas para humillarme y mantenerme bajo su yugo. Un día, obsesionada con su nuevo capricho, el poeta Leandro, exigió que lo encontrara amenazando a mis padres. Cuando, para "castigarme", me mostró en una pantalla gigante a mis ancianos padres atados siendo arrojados al mar, mi mundo se hizo pedazos. Ella, mi "salvadora", orquestó esta cruel farsa, trasladándolos a una isla remota mientras yo creía que habían muerto. La humillación continuó, mi dolor era un espectáculo para ella y el pretencioso Leandro, que disfrutaba de mis tormentos. Me convertí en un juguete roto, el "Príncipe del Mar" de Isabella, despojado de mi dignidad, mi amor por ella convertido en ceniza. La pregunta me carcomía: ¿cómo podía alguien que decía amarme causarme tanto sufrimiento, usando mis miedos más profundos? Ya no había lágrimas, solo una determinación helada y un deseo de retribución. Fue entonces que, con el corazón destrozado, busqué a Javier, mi leal amigo veterinario, quien ideó un plan maestro. Fingiría mi propia muerte con un potente sedante de acción prolongada, un "veneno" indetectable. "Morí" en un coma profundo, liberándome de la jaula tóxica de Isabella, sin saber que mi "muerte" la arrojaría a una espiral de locura, culpa y una desesperada búsqueda de perdón que terminaría con su propia y trágica auto-aniquilación. Me esperaba una libertad que nunca imaginé.