/0/17076/coverbig.jpg?v=c229657f124e982a5c6fd145f9eb62fc)
Mi vida, como arquitecto respetado, ocultaba un secreto infierno personal: mi matrimonio de diez años con Sofía Vega. En casa, solo había indiferencia, desprecio de su familia y la sombra omnipresente de su enfermiza obsesión por su hermanastro, Adrián. La última vez que vi a Sofía, ella se estaba muriendo para salvarme de un camión descontrolado, su vestido blanco manchado de sangre. Mis oídos aún reverberan con sus últimas palabras, la traición definitiva: "Mateo, si hay una próxima vida, no te cases conmigo. No me ames." Esas palabras, el eco amargo de su desprecio y la reafirmación de su patológica devoción por Adrián, se convirtieron en mi tortura personal durante una década. Fui testigo de cómo su amor tóxico por él nos consumía a todos, arrastrándonos al abismo de un matrimonio sin alma. Su último acto por mí solo selló la dolorosa verdad: nunca hubo espacio para mí en su corazón. ¿Cómo fue posible que mi inquebrantable amor condujera a semejante rechazo final? ¿Era mi destino ser siempre una pieza en su cruel juego, condenado a un dolor perpetuo? Esa incomprensión, ese peso en mi alma, se convirtió en una obsesión ineludible. Consumido por el duelo y la necesidad de justicia, me aislé del mundo. Dediqué cada gramo de mi fortuna familiar y mi ingenio arquitectónico a un solo objetivo: construir una máquina para viajar en el tiempo. Y lo conseguí. Ahora, he regresado al día de nuestra boda, con la firme resolución de reescribir esta tragedia, liberar a Sofía de sus cadenas emocionales y, sobre todo, encontrar por fin mi propia salvación.