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¿Y si pudieras viajar a otros mundos y reencontrarte con distintas versiones del amor que perdiste? Tras una ruptura dolorosa, Laura jamás imaginó que su vida daría un giro inesperado, y mucho menos por culpa de un misterioso artefacto que parece sacado de una película de ciencia ficción. Epsilon, una enigmática máquina capaz de romper las barreras del tiempo y el espacio, la transporta a realidades donde nada es predecible y cada decisión puede cambiarlo todo. Desde el esplendor del antiguo Egipto hasta ciudades donde las emociones toman forma tangible, Laura se enfrenta a desafíos insólitos y a un enigma recurrente: en cada universo, Alejandro está presente. ¿Se trata del mismo hombre? ¿Es solo una coincidencia? ¿O Epsilon la está guiando hacia una verdad más profunda de lo que jamás imaginó? Con una narración dinámica y envolvente, Epsilon: Mundos Alternativos es un viaje emocional repleto de humor, romance y un sutil erotismo que atrapa desde el primer instante. Laura deberá descubrir si es posible cambiar el pasado, crear un futuro distinto o aceptar que hay amores que, sin importar el tiempo o el espacio, están destinados a repetirse una y otra vez. Una historia sobre segundas oportunidades, realidades paralelas y las múltiples formas en que el amor puede manifestarse.
El espejo del baño seguía empañado, y la luz mortecina del amanecer no hacía nada por suavizar la visión de Laura. La humedad que impregnaba el vidrio parecía una metáfora de su propia existencia: difusa, pegajosa, y con una claridad que se escapaba. Aunque la capa de vapor casi cubría su reflejo, las ojeras bajo sus ojos tenían la decencia de sobresalir, un recordatorio brutal de las tres semanas de insomnio que llevaba arrastrando desde que Alejandro había cerrado la puerta por última vez.
Su dedo trazó una línea en el espejo, dejando un camino irregular que no mejoraba mucho la imagen. Se inclinó hacia adelante y suspiró.
-Vaya, Laura, si el concurso de "parezco un despojo humano" tuviera categorías, ganarías con honores. -Su intento de humor sonó hueco incluso para ella, pero no pudo evitar curvar los labios en una sonrisa amarga, como si quisiera burlarse de su propia desgracia.
Salió del baño y la frialdad del piso de madera le recordó que, aunque Alejandro ya no estaba, los defectos del departamento seguían igual. Se detuvo en la entrada del dormitorio, donde la cama aún tenía el lado derecho intacto, las sábanas lisas, casi burlonas, como si ellas también hubieran decidido ignorar que él ya no volvería a dormir ahí. Al menos, no con ella.
Bajó la mirada hacia el tocador. Su cepillo estaba ahí, solitario, rodeado de espacio vacío. Espacio donde solían estar el desordenado peine de Alejandro, su colonia barata pero extrañamente adictiva, y la pulsera de cuero que él siempre dejaba tirada sin importar cuántas veces ella le rogara que la guardara. Era curioso cómo cosas tan insignificantes podían convertirse en un vacío tangible, un eco constante que resonaba en cada rincón del apartamento.
Se vistió con la misma desgana de los últimos días, aunque esta vez hizo un esfuerzo por elegir algo que no gritara "abandono emocional". Unos jeans ajustados que milagrosamente todavía le quedaban bien y una blusa suelta que, aunque inofensiva, le recordaba el comentario de Alejandro: "Siempre te pones ropa que parece salida de un catálogo de rebajas". El collar, en cambio, era otro asunto. Aquel collar que él nunca le regaló, pero que ella había comprado impulsivamente para sí misma después de notar que, en cinco años, Alejandro nunca había tenido un gesto romántico.
Cinco años. Cinco largos años y ni una sola flor, ni una carta cursi, ni siquiera un chocolate robado en un día cualquiera. "Eres demasiado práctica para esas cosas", le había soltado él en una de sus muchas discusiones. Ah, la famosa practicidad de Laura, esa que él adoraba cuando le convenía y despreciaba cuando ella necesitaba que Alejandro fuera otra cosa.
-¿Práctica? -repitió en voz alta, mientras se abrochaba el collar frente al espejo de la entrada. Las palabras se le escaparon como un susurro lleno de veneno y nostalgia. Era irónico, pensó, que quien la había encasillado como "demasiado práctica" no tuviera ni un ápice de creatividad para romper el molde. Alejandro, con su amor por lo sencillo, nunca supo lidiar con las complejidades que ella escondía.
El timbre del departamento resonó justo cuando Laura intentaba distraerse viendo un tutorial de yoga que jamás pensaba practicar. El sonido la sobresaltó tanto que dejó caer el teléfono al suelo.
-¡Por el amor de...! -murmuró, masajeándose el pecho como si el susto le hubiera quitado años de vida.
Al abrir la puerta, no encontró a nadie, solo un paquete pequeño que descansaba sobre el felpudo. El papel que lo envolvía tenía un brillo iridiscente, como si alguien hubiera decidido envolverlo en un arcoíris compacto. Era, sin duda, el paquete más extraño que había visto, y eso incluía la vez que su tía le mandó una piña decorada con lentejuelas como regalo de cumpleaños.
Agachándose para recogerlo, notó una nota pegada con cinta adhesiva:
"Para quien necesite un nuevo destino".
-Oh, claro, porque lo que me falta es un destino patrocinado por el Departamento de Paquetes Sin Explicación. -Laura bufó, pero no pudo evitar una pizca de curiosidad.
Llevó el paquete a la mesa del comedor, que en ese momento estaba más desordenada que su propia vida. Apartó una pila de revistas que llevaba semanas ignorando y examinó el objeto. Al retirar el papel, sus dedos encontraron un aparato del tamaño de un reloj de bolsillo. Su superficie parecía viva, cambiando de color con cada movimiento de la luz. Rojo, azul, dorado, luego un destello de verde... era hipnótico, como si estuviera mirando las luces de una discoteca en miniatura.
-Bueno, esto sí que no estaba en el catálogo de "Cómo superar a tu ex en 30 días". -Lo sostuvo entre las manos, girándolo para inspeccionarlo. Había algo casi seductor en el objeto, como si sus colores bailaran solo para ella.
Sin querer, sus dedos rozaron lo que parecía ser un botón en el costado. Antes de que pudiera registrar lo que ocurría, el aire alrededor de ella pareció temblar. El zumbido era casi imperceptible al principio, pero pronto se convirtió en un rugido que hacía vibrar los vasos en la mesa.
-¡Espera, espera! ¿Qué estás haciendo? -exclamó, como si el aparato pudiera responderle.
El suelo desapareció bajo sus pies, o al menos eso sintió. Un mareo le recorrió el cuerpo, como si hubiera bebido demasiadas copas de vino barato. Su visión se volvió un remolino de colores, como si estuviera atrapada dentro de un caleidoscopio gigante. Todo su cuerpo parecía descomponerse y rearmarse a la vez, como si alguien hubiera decidido convertirla en un rompecabezas tridimensional.
-¡Oh, por Dios, voy a vomitar! -gritó, aunque su voz parecía perderse en el vacío.
Y entonces, de repente, todo se detuvo. El zumbido cesó, el mareo desapareció, y Laura se encontró de pie en... bueno, donde sea que estuviera. El aire era denso, cálido, y olía a algo extraño, una mezcla de metal y... ¿quemado? Miró a su alrededor y su boca se abrió en una mezcla de incredulidad y asombro.
No estaba en su departamento. Ni siquiera estaba segura de estar en el mismo siglo.
-Bueno, esto sí que no estaba en el plan de "reencontrarme conmigo misma". -Miró el aparato en su mano, que seguía parpadeando como si hubiera cumplido con su trabajo.
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