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Treinta y cinco chicas llegaron a Palacio. Ahora, solo quedan seis. De las treinta y cinco chicas que llegaron a Palacio para competir en la Selección, todas menos seis han sido devueltas a sus hogares. Y solo una conseguirá casarse con el príncipe Maxon y ser coronada princesa de Illéa. America todavía no está segura de hacia dónde se inclina su corazón. Cuando está con Maxon, se ve envuelta en un romance nuevo y que la deja sin aliento y ni siquiera puede imaginar estar con nadie más. Pero cuando ve a Aspen en los alrededores de Palacio, los recuerdos de la vida que planeaban tener juntos se agolpan en su memoria. El grupo de chicas que llegaron a Palacio se ha visto reducido a la Élite de seis, y cada una de ellas va a hacer todo lo posible por ganarse a Maxon. El tiempo se acaba y America tiene que tomar una decisión. Sin embargo, cuando ya cree que ha llegado a la conclusión definitiva, un suceso devastador hace que se lo vuelva a plantear todo de nuevo. Y mientras lucha por averiguar dónde está su futuro, los rebeldes violentos que quieren derrocar la monarquía se hacen cada vez más fuertes y sus planes podrían acabar con cualquier aspiración que America pudiera tener de un final feliz...
No soplaba el aire en Ángeles, y me quedé un rato allí tendida, inmóvil, escuchando el sonido de la respiración de Maxon. Cada vez era más difícil pasar con él un momento realmente tranquilo y plácido. Intentaba aprovechar al máximo esos ratos, y me alegraba comprobar que cuando él parecía estar más a gusto era cuando nos encontrábamos a solas.
Desde que el número de chicas de la Selección se había reducido a seis, se mostraba más ansioso que al principio, cuando éramos treinta y cinco. Me imaginé que pensaría que tendría más tiempo para hacer su elección. Y aunque me sentía culpable al pensarlo, sabía que yo era el motivo por el que deseaba ese tiempo de más.
Al príncipe Maxon, heredero al trono de Illéa, le gustaba. Una semana atrás me había confesado que, si yo admitía que sentía lo mismo, sin reservas, acabaría con el concurso. Y a veces yo acariciaba la idea, preguntándome cómo sería estar con Maxon, sin nadie más, solo nosotros dos.
Sin embargo, el caso era que no era solo mío. Había otras cinco chicas allí, chicas con las que salía y a las que susurraba al oído, y yo no sabía cómo tomarme aquello. Y además estaba el hecho de que aceptar al príncipe implicaba asumir también una corona, idea que solía pasar por alto, aunque solo fuera porque no estaba segura de qué podía significar para mí.
Y luego, por supuesto, estaba Aspen.
Técnicamente ya no era mi novio -había roto conmigo antes incluso de que escogieran mi nombre para la Selección-, pero cuando se presentó en el palacio como soldado de la guardia, todos los sentimientos que había intentado borrar invadieron de nuevo mi corazón. Aspen había sido mi primer amor; cuando le miraba... era suya.
Maxon no sabía que Aspen estaba en el palacio, pero sí sabía que había dejado atrás una historia con alguien, algo que intentaba superar, y había accedido a darme tiempo para pasar página mientras él intentaba encontrar a otra persona con quien pudiera ser feliz, si es que yo no me decidía.
Mientras movía la cabeza, tomando aire justo por encima de mi cabello, me lo planteé: ¿cómo sería querer a Maxon, sin más?
-¿Sabes cuánto tiempo hace que no miraba las estrellas? -preguntó.
Me acerqué un poco más sobre la manta para protegerme del frío: la noche era fresca.
-Ni idea.
-Hace unos años un tutor me hizo estudiar astronomía. Si te fijas, verás que las estrellas, en realidad, tienen colores diferentes.
-Espera. ¿Quieres decir que la última vez que miraste las estrellas fue para estudiarlas? ¿Y por diversión?
Chasqueó la lengua.
-Por diversión... Tendré que hacerle un hueco a eso entre las consultas presupuestarias y las reuniones del Comité de Infraestructuras. Oh, y las de estrategia para la guerra, que, por cierto, se me da fatal.
-¿Qué más se te da fatal? -pregunté, pasándole la mano por la camisa almidonada. Animado por el contacto, Maxon trazó círculos sobre mi hombro con la mano con la que me rodeaba la espalda.
-¿Por qué quieres saber eso? -respondió, fingiéndose importunado.
-Porque aún sé poquísimo de ti. Y da la impresión de que eres perfecto en todo. Resulta agradable comprobar que no es así.
Él se apoyó en un codo y se quedó mirándome.
-Tú sabes que no lo soy.
-Te acercas bastante -repliqué. Sentía los pequeños puntos de contacto entre nosotros. Rodillas, brazos, dedos.
Él sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.
-De acuerdo. No sé planear guerras. Se me da fatal. Y supongo que sería un cocinero terrible. Nunca he intentado cocinar, así que...
-¿Nunca?
-Quizás hayas observado el montón de gente que te atiborra de pastelillos a diario, ¿no? Pues resulta que a mí también me dan de comer.
Se me escapó una risita tonta. En mi casa yo ayudaba a preparar casi todas las comidas.
-Más -exigí-. ¿Qué más se te da mal?
Él me agarró y se colocó muy cerca, con un brillo en sus ojos marrones que indicaba que escondían un secreto.
-Hace poco he descubierto otra cosa...
-Cuéntame.
-Resulta que se me da terriblemente mal estar lejos de ti. Es un problema muy grave.
Sonreí.
-¿Lo has intentado?
Él fingió que se lo pensaba.
-Bueno..., no. Y no esperes que empiece a hacerlo ahora.
Nos reímos sin levantar la voz, agarrados el uno al otro. En aquellos momentos, me resultaba facilísimo imaginarme que el resto de mi vida podía ser así.
El ruido de pisadas sobre la hierba y las hojas secas anunciaba que alguien se acercaba. Aunque nuestra cita era algo completamente aceptable, me sentí algo violenta, y erguí la espalda de inmediato, para quedarme sentada sobre la manta.
Maxon también lo hizo. Un guardia se acercaba a nosotros rodeando el seto.
-Alteza -dijo, con una reverencia-. Siento importunarle, señor, pero no es conveniente permanecer aquí fuera tanto tiempo. Los rebeldes podrían...
-Comprendido -replicó Maxon, con un suspiro-. Entraremos ahora mismo.
El guardia nos dejó solos.
Maxon se volvió hacia mí:
-Otra cosa que se me da mal: estoy perdiendo la paciencia con los rebeldes. Estoy cansado de enfrentarme a ellos.
Se puso en pie y me tendió la mano. Se la cogí y observé la frustración en sus ojos. Los rebeldes nos habían atacado dos veces desde el inicio de la Selección: una vez los norteños (simples perturbadores), y otra vez los sureños (cuyos
ataques eran más letales). Y no tenía mucha experiencia al respecto, pero entendía muy bien que estuviera agotado.
Maxon estaba recogiendo la manta y sacudiéndola, descontento por que nos hubieran interrumpido de aquel modo.
-Eh -dije, llamando su atención-. Ha sido divertido.
Él asintió.
-No, de verdad -insistí, dando un paso adelante. Él cogió la manta con una mano para tener el otro brazo libre y rodearme con él-. Deberíamos repetirlo algún otro día. Puedes contarme de qué color es cada estrella, porque la verdad es que yo no lo veo.
-Ojalá las cosas fueran más fáciles, más normales -repuso él, con una sonrisa triste.
Me acerqué para poder rodearlo con los brazos. Maxon dejó caer la manta para abrazarme.
-Siento ser yo quien desvele el secreto, alteza, pero, incluso sin guardias, no tiene usted nada de normal.
Relajó algo el gesto, pero seguía serio.
-Te gustaría más si lo fuera.
-Sé que te resultará difícil de creer, pero a mí me gustas tal como eres. Lo único que necesito es más...
-Tiempo. Ya sé. Y estoy dispuesto a dártelo. Lo que me gustaría saber es si al final querrás quedarte conmigo, cuando pase ese tiempo.
Aparté la mirada. Eso no podía prometérselo. Había sopesado lo que significaban Maxon y Aspen para mí, de corazón, una y otra vez, pero no estaba segura... Salvo, quizá, cuando estaba a solas con uno de los dos. En ese momento,
estaba tentada de prometerle a Maxon que seguiría a su lado para siempre.
Pero no podía.
-Maxon -susurré, viendo lo desanimado que parecía al no obtener una respuesta-. Aún no te puedo decir eso. Pero lo que sí puedo decirte es que quiero estar aquí. Quiero saber si tenemos... -dije, y me quedé cortada, sin saber cómo plantearlo.
-¿Posibilidades?
Sonreí, contenta al ver lo bien que me entendía.
-Sí. Quiero saber si tenemos posibilidades de que lo nuestro funcione.
Él me apartó un mechón de pelo y me lo puso detrás del hombro.
-Creo que sí, que hay muchas posibilidades -contestó, con toda naturalidad.
-Estoy de acuerdo, pero, solo... dame tiempo, ¿vale?
Asintió. Parecía más contento. Así era como yo quería que acabara nuestra noche juntos, con cierta esperanza. Bueno, y quizás algo más. Me mordí el labio y me acerqué a Maxon, diciéndolo todo con la mirada.
Sin dudarlo un segundo, se inclinó y me besó. Fue un beso cálido y suave.
Hizo que me sintiera deseada. De hecho, quise más. Podría haberme quedado allí horas, pidiendo más. Sin embargo, Maxon enseguida se echó atrás.
-Vámonos -dijo, sonriente, tirando de mí en dirección al palacio-. Más vale que entremos antes de que lleguen los guardias a caballo, con las lanzas en ristre.
Cuando me dejó en las escaleras, sentí el cansancio de golpe, como si me cayera un muro encima. Prácticamente me arrastré hasta la segunda planta, pero, al rodear la esquina para llegar a mi habitación, de pronto me desperté de nuevo.
-¡Oh! -exclamó Aspen, sorprendido él también al verme-. Debo de ser el peor guardia del mundo; todo este rato he supuesto que estarías dentro de tu habitación.
Solté una risita. Se suponía que las chicas de la Élite teníamos que dormir al menos con una doncella en la habitación, para que velara nuestro sueño. Pero a mí eso no me gustaba nada, de modo que Maxon había insistido en ponerme un soldado de guardia en la puerta, por si surgía una emergencia. El caso es que, la mayoría de las veces, el soldado de guardia era Aspen. Saber que se pasaba las noches al otro lado de mi puerta me producía una extraña mezcla de alegría y horror.
El aire desenfadado de nuestra charla cambió de pronto cuando él cayó en la cuenta de lo que significaba que no estuviera acostada en mi cama. Se aclaró la garganta, incómodo.
-¿Te lo has pasado bien?
-Aspen -susurré, mirando para asegurarme de que no hubiera nadie por allí-. No te enfades. Formo parte de la Selección. Así son las cosas.
-¿Cómo voy a tener alguna posibilidad, Mer? ¿Cómo voy a competir cuando tú solo hablas con uno de los dos?
Tenía razón, pero ¿qué podía hacerle?
-Por favor, no te enfades conmigo, Aspen. Estoy intentando aclararme.
-No, Mer -dijo, de nuevo con un tono amable en la voz-. No estoy enfadado contigo. Te echo de menos -añadió. Y no se atrevió a decirlo en voz alta, pero articuló las palabras « Te quiero» .
Sentí que me iba a fundir allí mismo.
-Lo sé -respondí, poniéndole una mano en el pecho, olvidando por un momento todo lo que arriesgábamos-. Pero eso no cambia la situación en la que estamos, ni el hecho de que ahora sea de la Élite. Necesito tiempo, Aspen.
Levantó la mano para coger la mía y asintió.
-Eso te lo puedo dar. Pero... intenta encontrar tiempo para mí también.
No quería ni pensar en lo complicado que sería eso, así que esbocé una mínima sonrisa y aparté la mano.
-Tengo que irme.
Él se me quedó mirando mientras entraba en la habitación y cerraba la puerta tras de mí.
Tiempo. Últimamente no hacía más que pedirlo. Y, precisamente, esperaba que, con el tiempo suficiente, todo acabaría encajando.
Para treinta y cinco chicas, La Selección es una oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida. La oportunidad de escapar de la vida que les ha tocado por nacer en una determinada familia. La oportunidad de que las trasladen a un mundo de trajes preciosos y joyas que no tienen precio. La oportunidad de vivir en un palacio y de competir por el corazón del guapísimo príncipe Maxon. Sin embargo, para America Singer, ser seleccionada es una pesadilla porque significa alejarse de su amor secreto, Aspen, quien pertenece a una casta inferior a la de ella; y también abandonar su hogar para pelear por una corona que no desea y vivir en un palacio que está bajo la constante amenaza de ataques violentos por parte de los rebeldes.
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