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Violet, Ash y Raven escaparon de las garras de la Duquesa del Lago, pero los soldados harán todo lo que esté en su poder para capturarlos. Los tres jóvenes dependen de Lucien y su sociedad secreta para sobrevivir. Si logran llegar con vida a la Rosa Blanca, el único sitio seguro, tal vez Violet pueda ayudar a Lucien a derrocar a la realeza.
Caigo de rodillas al suelo.
Mis hombros se quejan mientras las ataduras sostienen mis brazos hacia
arriba en una posición incómoda, pero no me importa. Ahora mismo, mis
piernas no pueden soportar mi peso.
El cuerpo de Annabelle se ha quedado sin más sangre que derramar. Observo
su rostro hermoso, cálido y confiable, y lo único que veo es a la chica que
permaneció a mi lado aquella primera noche, incluso cuando no se suponía que
debía hacerlo; la chica que me sostuvo entre sus brazos sobre una pila de vestidos
arruinados después del funeral de Dhalia; la que casi siempre me ganaba al
Halma y cepillaba mi cabello todas las noches, y que supo mi nombre antes que nadie.
La quería. Y ahora, la maté.
"Lo siento", susurro, y las lágrimas que había estado conteniendo hasta ese
momento comienzan a caer en una miríada de ríos diminutos sobre mis mejillas.
"Lo siento tanto, Annabelle".
La certeza de su muerte me devora, un abismo infinito de dolor. Las lágrimas se convierten en sollozos que me desgarran el pecho, y lloro hasta que mi
garganta se inflama y mis pulmones duelen, al punto en que no queda nada en
mi interior más que un vacío en donde Annabelle solía estar.
El tiempo pasa.
En cierto momento, noto que las articulaciones del brazo me duelen, una
quemazón leve que me distrae de la pena que siento. Pero parece que no logro
encontrar la energía para moverme.
Creo que oigo algo del otro lado de la puerta; un pop breve y luego dos golpes
sordos. Tal vez la Duquesa ha regresado. Me pregunto a quién matará frente a
mis ojos esta vez.
La puerta se abre y un soldado ingresa a la habitación. Está solo, algo que de
inmediato me resulta extraño, y cierra la puerta detrás de él. Por un segundo,
observa con horror el cadáver de mi amiga, y luego se apresura a acercarse a mi lado.
–¿Estás bien? –pregunta. Nunca antes he oído hablar a uno de los soldados de
la Duquesa, pero este me suena muy familiar. Ni siquiera se me ocurre responderle.
Toma algo de su cinturón, y luego mis brazos están libres; me derrumbo en el
suelo, sin siquiera molestarme en detener la caída. Él me sujeta.
–Violet –susurra–. ¿Estás herida?
¿Cómo es posible que un soldado sepa mi nombre? Él me sacude un poco y
logro enfocar su rostro.
–¿Garnet? –intento hablar, pero mi garganta está muy seca.
–Vamos –dice–. Debemos salir de aquí. No tenemos mucho tiempo.
Me pone de pie con brusquedad. Me tambaleo unos pasos hacia adelante y
caigo de rodillas frente al cuerpo sin vida de Annabelle. Su sangre aún está
húmeda sobre la alfombra; siento cómo empapa mi camisón. Acomodo un
mechón de cabello detrás de su oreja.
–Lo siento tanto –susurro. Con mucha delicadeza, cierro sus ojos con la punta
de mis dedos.
–Violet –dice Garnet–, tenemos que irnos.
Le doy un beso en el costado de la cabeza a mi amiga, en el sector que está
justo sobre su oreja. Su cabello huele a azucenas.
–Adiós, Annabelle –susurro.
Después, me obligo a ponerme de pie. Garnet tiene razón. Tenemos que irnos.
Ash está vivo. Todavía puedo intentar salvarlo.
Garnet abre la puerta y veo a los dos soldados tumbados en el suelo. Por un
breve momento, me pregunto si están inconscientes o muertos, pero luego me
doy cuenta de que no me importa.
Atravesamos con rapidez la sala de estar y salimos de mis aposentos. El pasillo
de las flores está desierto, pero Garnet gira a la derecha, dirigiéndose hacia una
de las escaleras que menos se utilizan y que se encuentran en la parte trasera del palacio.
–¿Lucien te envió? –susurro.
–Lucien aún no lo sabe –responde–. No pude comunicarme con él.
–¿Hacia dónde nos dirigimos?
–¡Deja de hacer preguntas! –sisea. Llegamos a la escalera y la bajamos a toda
velocidad. Una de las tablas del suelo cruje debajo de mis pies.
La planta baja está sumida en un silencio inquietante. Las puertas que llevan al
salón de baile están abiertas, y los rayos oblicuos de la luz de luna se extienden
hacia nosotros por el suelo de parqué. Recuerdo la primera vez que me escabullí
por estos pasillos de noche para visitar a Ash en su habitación.
–¿Dónde está el calabozo? –murmuro. Garnet no me responde. Sujeto su
brazo–. Garnet, ¿dónde está el calabozo? Necesitamos sacar a Ash.
–¿Quieres callarte? –dice–. Tenemos que sacarte a ti de este lugar.
Un olor familiar invade mi nariz y, sin pensarlo, abro la puerta del salón de
fumadores del Duque y obligo a Garnet a entrar.
–¿Qué estás haciendo? –pregunta apretando los dientes.
–No lo dejaremos aquí –respondo.
–Él no es parte del trato.
–Si lo dejamos aquí, morirá.
–¿Y?
–Acabo de presenciar cómo asesinaron a Annabelle y la vi desangrarse
hasta morir –cierta tensión se expande por mi pecho–. Ella era una de las personas
más amables y dulces que he conocido y murió por mi culpa. ¿Y si ella estuviera
en ese calabozo? ¿La dejarías allí para que la ejecuten? Los he visto juntos. Eras
amable con ella. Le agradabas. ¿Acaso su vida no tiene importancia para ti?
Garnet se mueve, incómodo.
–Escucha, esto no es parte de mi trabajo, ¿está bien?–dice él–. No estoy aquí para reunir a un par de amantes trágicos.
–Ese no es el punto. Se trata de la vida de alguien. Entonces, ¿por qué estás aquí?
–Se lo debo a Lucien. Le prometí que te ayudaría.
–Entonces, ayúdame –ruego.
–No lo entiendo –dice–. Es solo un acompañante. Hay cientos de ellos.
–Y Annabelle era solo una sirvienta. Y yo soy solo una sustituta –replico–. Y tú
solo suenas como tu madre.
Garnet se paraliza.
–Mira esto –digo, sujetando una parte de mi camisón ensangrentado en mi
puño–. Esta es su sangre. Tu madre hizo esto. ¿Cuándo terminará? ¿Cuántas
personas inocentes más deben morir por culpa de ella?
Él hace una pausa.
–De acuerdo –dice–. Te ayudaré. Pero no esperes que asuma la culpa si nos atrapan.
–Por qué siquiera esperaría eso –mascullo. Salimos en silencio del salón,
avanzamos de nuevo por el pasillo y pasamos frente a la biblioteca. Hay una
puerta amplia a la izquierda, con una manija robusta.
–Sostén esto –dice Garnet, entregándome lo que aparenta ser una gran esfera
negra del tamaño de un huevo. La superficie del objeto es anormalmente suave.
–¿Qué es? –pregunto.
–Desmayará a los guardias –responde–. No me preguntes cómo; Lucien lo
hizo. Así es como te saqué de la habitación sin que esos soldados me vieran.
Garnet extrae un llavero e introduce una gran llave de hierro en la cerradura.
La puerta se abre con un crujido amortiguado. Voltea hacia mí y toma de nuevo
la esfera.
–Diría "las damas primero" –comenta–, pero en esta situación creo que
deberíamos prescindir de las formalidades.
El pasillo me recuerda al pasadizo secreto que lleva a la habitación de Ash; las
paredes y el suelo son de piedra, fría bajo mis pies, y las pálidas esferas luminosas
alumbran el camino. Una escalera larga interrumpe mi camino y bajo por ella
más despacio de lo que debería, atenta a escuchar cualquier otro sonido que no
sean ni las botas de Garnet ni el andar de mis pies. Cuando llegamos abajo, estoy temblando en el aire frío y viciado. Otra puerta, de madera con listones de
hierro en la parte superior, se yergue entreabierta frente a nosotros.
Garnet frunce el ceño.
–¿Qué? –susurro.
Pero cuando empujo la puerta y la abro, cualquier idea de sigilo y
confidencialidad desaparece.
–¡Ash! –grito.
Está recostado en un ovillo en el suelo de una celda a pocos metros frente a mí.
Corro hacia él y caigo de rodillas, aferrándome a los fríos barrotes de hierro.
–Ash –repito. La sangre se ha coagulado sobre su rostro y en su cabello. Tiene
el pómulo cubierto de magullones severos y un tajo en su frente. Está vestido
solo con sus pantalones de pijama de algodón; su pecho y sus pies están
descubiertos. Debe estar helándose. O lo estaría si estuviera consciente.
»Ash –vuelvo a decir en voz más alta–. Ash, despierta.
Extiendo los brazos a través de los barrotes, pero él está demasiado lejos para
que pueda tocarlo–. Garnet, ¿dónde están las llaves?
El muchacho aparece a mi lado.
–No lo sé –responde–. Las llaves de las celdas no están en este llavero.
Una oleada de desesperación se alza y amenaza con aplastarme, pero aprieto
los dientes y la reprimo. No tengo tiempo para perder la esperanza.
–Tiene que haber algo que podamos hacer. Tienen que estar por aquí en
alguna parte. ¡Ash! –jalo de los barrotes, un esfuerzo inútil–. ¡Despierta, por favor!
–¿Están buscando algo?
Mi interior se convierte en piedra cuando Carnelian emerge de entre las
sombras detrás de la puerta de madera. En una mano, sostiene una pequeña
llave dorada.
–Carnelian, ¿qué hiciste? –pregunta Garnet con los ojos abiertos de par en par,
pero sin enfocarlos en ella. Sigo su mirada hacia los cuerpos de dos soldados que
están apilados detrás de la puerta junto a una celda vacía.
Carnelian alza la otra mano y le muestra una jeringa.
–Sabes, es curioso todo lo que puedes hacer cuando no le importas a nadie. Los
lugares que puedes visitar. Las personas que puedes manipular. El doctor me
mostró algunas cosas una vez, cuando fingí estar interesada en la medicina –mira la jeringa con cariño–. No están muertos –dice–. Solo paralizados. E inconscientes. Ellos también me subestimaron. Pude verlo en sus ojos.
"Pobrecita, Carnelian". "Pobre, fea y estúpida Carnelian".
–Mi madre te matará por esto –dice Garnet.
–A ti también te matará –responde Carnelian–. ¿Qué estás haciendo aquí con ella?
–Abre la celda –digo. Sus ojos centellean.
–No se suponía que tú estuvieras con él. Se suponía que él sería mío. ¿Por qué
tuviste que quitármelo?
–Yo no te quité nada –replico–. Él no es un cachorro o un accesorio. Es un ser humano.
–Sé quién es –dice ella–. Lo conozco mejor que tú.
–Realmente lo dudo.
–¡Me contó cosas que nunca antes le había dicho a nadie! Él mismo lo admitió. Y yo...
yo... –dos manchas rojas aparecen en sus mejillas–. Le confié mis
secretos. Él iba a quedarse conmigo para siempre.
–Carnelian, él nunca iba a quedarse. De cualquier manera, se habría marchado
una vez que tú te comprometieras.
–Estaba armando un plan –confiesa–. Encontraría una manera.
–Pues, nada de eso importa ahora porque si no abres esta puerta, lo ejecutarán–mi mirada se posa con rapidez en la llave que sostiene en la mano–. ¿Eso es lo que quieres?
–No quiero que esté contigo.
–Entonces, ¿prefieres que esté muerto?
Un gemido suave proveniente de la celda de Ash logra efectivamente que la
habitación quede en silencio.
–Ash –digo con un grito ahogado, volteando para presionar mi rostro contra
los barrotes. Los párpados de Ash se mueven, una vez, dos veces, y luego se
abren. Él me ve y una sonrisa se extiende por su rostro maltratado.
–¿Violet? –pregunta con voz ronca–. ¿Dónde estamos? –inclina la cabeza
hacia atrás, asimilando su entorno–. Ah, cierto.
–No te preocupes, vine a rescatarte –no sueno tan confiada como me gustaría.
–Qué bien –musita. Sus ojos se desenfocan por un segundo y luego se centran
otra vez en mí–. ¿Qué te pasó en el rostro?
–Estoy bien –respondo mientras Ash se incorpora con cuidado del suelo. Hace
un gesto de dolor y coloca una mano sobre su mejilla hinchada.
–Entonces –dice mientras se arrastra despacio hacia la puerta de su celda–. ¿Cómo es que llego al otro lado de estos barrotes?
Echo un vistazo a mis espaldas, y Ash parece notar por primera vez que
tenemos compañía.
Frunce el ceño mientras asimila la presencia de Garnet, y después la de
Carnelian. Ella ha bajado la jeringa.
–Carnelian tiene la llave –digo. Luego, en contra de cada impulso en mi
interior, me pongo de pie y retrocedo. No puedo hacer que ella abra la puerta.
Pero Ash, sí.
La muchacha avanza a paso lento, con los ojos clavados en el rostro de Ash.
Cuando alcanza la celda, se arrodilla exactamente en el lugar donde yo estuve
hace pocos segundos.
–Lo siento tanto –susurra, colocando su mano sobre la de él, que está aferrada
a una barra de metal–. Creí que si la sacaba de nuestro camino, podríamos estar juntos.
Ash logra esbozar otra sonrisa.
–Lo sé.
–Creí... Tenía un plan...
–Lo sé –repite Ash–. Pero no hubiera funcionado.
Carnelian asiente.
–Porque sin importar lo que suceda, no puedes quedarte conmigo.
–No –coincide con dulzura–. No puedo.
–¿Puedo preguntarte una cosa? –la llave flota junto a la cerradura.
–Por supuesto.
–¿Hubo algo de lo que tuvimos juntos que fuera... real?
Ash acerca tanto su rostro al de ella que quiero gritar. Susurra algo que no
logro oír, y el rostro de Carnelian se ilumina. Después de un momento, ella se
aleja, coloca la llave en la cerradura y abre la puerta. En un instante me coloco
junto a Ash para ayudarlo a ponerse de pie. Carnelian me fulmina con la
mirada.
–No diré nada por su bien –dice ella–. No por el tuyo.
No logro responderle antes de que Garnet interfiera.
–Sí, bueno, si bien todo esto ha resultado extrañamente entretenido, de verdad
es hora de irnos.
–¿Estás bien? –le pregunto a Ash en un susurro. Su pecho se siente frío contra
mi delgado camisón de seda, pero sus brazos se sienten fuertes cuando me rodean.
–Salgamos de aquí –responde en un susurro.
–Ánimo, prima –dice Garnet. Carnelian nos está mirando a Ash y a mí con
una expresión mitad furiosa y mitad devastada–. Piensa en el rostro de mi madre
cuando se entere de que ambos han escapado.
La esquina de la boca de Carnelian se mueve.
Garnet asiente.
–Gracias por la ayuda –dice, haciendo un gesto con la mano. Voltea hacia
nosotros–. Ahora, vámonos.
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