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La Reina de los Elfos, Yesfiel Faephyra, se encuentra oculta bajo una capucha en las calles de la ciudad mágica de Lunaria. A pesar de su reputación como una líder amada y respetada, la Reina esconde su identidad y realiza transacciones secretas en medio de un bullicioso festival. Luego regresa al castillo real, donde se revela su apariencia majestuosa y su poder como Reina de los Elfos. Sin embargo, se enfrenta a una situación urgente cuando se entera de que los Anales Mágicos, registros sagrados de la nación, han desaparecido. Reinhard, su leal sirviente y guardián, informa sobre la situación, y juntos comienzan a investigar el asalto repentino y misterioso.
En las orillas de la majestuosa ciudad Mágica de Lunaria, hogar de los místicos y sabios elfos, se encontraba una casa con una fachada desgastada que lucía abandonada, de la cual emergía una figura enmascarada oculta bajo una capucha.
Era la Reina de los Elfos, Yesfiel Faephyra, la persona que cargaba con el destino de toda una nación, una persona que era amada y respetada por todos gracias a sus contribuciones en la guerra de hace 17 años.
La reina, que siempre fue de corazón puro, honesto y noble, cambiaba cuando la situación lo ameritaba y era tan fría como cualquier general veterano del ejército. Lo que le permitía llevar a cabo con facilidad cosas como dar órdenes crueles o encubrir su identidad para algún propósito secreto, como lo hacía en este momento.
Al salir de la desgastada casa, la reina se detuvo momentáneamente, ajustó su capucha y revisó que su máscara estuviera bien colocada, consciente de que cualquier sospecha sobre su identidad podría poner en peligro la nación.
En la animada calle por la que caminaba, la reina podía sentir algunas miradas curiosas de los transeúntes. Algunas miradas eran de desconfianza directa mientras que otras susurraban preguntándose por mera curiosidad entre ellos por qué alguien se ocultaba a plena luz del día. Por otro lado, algunos niños le miraban pensando inocentemente que su disfraz era genial, pero ella avanzó con paso seguro y elegante, como siempre lo había hecho.
Finalmente, después de unos minutos, llegó a la plaza principal, donde se llevaba a cabo el Festival Anual de la Victoria, lleno de personas y puestos que ofrecían diversos productos. Por lo que el lugar era bastante ruidoso debido a las conversaciones de las personas, a los vendedores ofreciendo sus productos, o a discusiones en algunos lugares y la música en el centro del jardín que animaba toda la plaza principal.
También en una cacofonía de sabores y diversos olores se podía percibir fácilmente platillos como empanadas rellenas de carne y especias de un característico aroma cálido y embriagador. También se veía y olía venado asado en parrillas sobre carbones ardientes en los que el sabor del ahumado se mezclaba con el aroma de las hierbas frescas con las que se había sazonado la carne.
Al ir avanzando un poco más, se podía oler el dulce aroma de los pasteles de frutas recién horneados que embriagaban con un aroma similar al de canela y vainilla emanando de ellos. En algunos lugares se percibía el olor a alcohol mezclado con las fragancias de las hierbas y especias que se habían usado para dar sabor a las bebidas élficas. Era, sin lugar a dudas, un festival de aromas deliciosos y tentadores que hacían que la boca de cualquiera se llenara de saliva en anticipación de los sabores que estaba por probar, como las fragancias exquisitas que flotaban en el aire con una invitación irresistible, una sinfonía de olores que llamaban a cada rincón de la nariz, desde la dulzura madura de bayas silvestres hasta el sutil aroma del té recién hecho al lado mezclándose con el ahumado delicioso de los asados de carne que se cocinaban en hogueras cercanas.
El perfume agridulce de las frutas tropicales se deslizaba por debajo de la nota más fresca de las hierbas recién cortadas, creando una sinfonía verdaderamente armoniosa de sabores y aromas que hacían que la boca se hiciera agua y los sentidos se agudizaran haciendo del Festival de la Victoria un espectáculo increíblemente delicioso y tentador para cualquier paladar.
Sin embargo, la reina no podía quedarse a disfrutar del agradable festival así que siguió caminando. Mas o menos 5 minutos después, se detuvo y comenzó a buscar a alguien entre la multitud.
Tras unos segundos, cerró los ojos bajo la máscara y se concentró. Cuando los abrió, se dirigió sin dudas hacia una mujer de aspecto sencillo que parecía rondar los 40 años, cabello gris claro, ojos marrones, orejas alargadas y ropa desgastada que la esperaba.
"¿Lo conseguiste?", susurró la Reina fríamente.
"Lo he conseguido", confirmó la mujer. "Está todo aquí, como pediste", dijo la mujer mientras le entregaba una pequeña bolsa de cuero.
La reina sonrió levemente bajo la máscara y le dio a la mujer otra bolsa de cuero en respuesta, mientras ocultaba la que había recibido. "9 Rils, ¿verdad?", dijo la Reina.
Sin responder más que con un asentimiento de cabeza, la mujer tomó la bolsa y se retiró despreocupadamente. La reina, con una última mirada furtiva a su alrededor, se adentró de nuevo entre la multitud hasta que se perdió en ella.
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En el centro de la Gran Ciudad Mágica de Lunaria, se encontraba el castillo en el que vivía la familia Faephyra, la familia real, misma que era el hogar de Yesfiel Faephyra. Sus torres esbeltas parecían tocar el cielo, y las almenas que lo rodeaban le hacían ver imponente y majestuoso.
Como el castillo estaba construido en piedra blanca, tenía un aspecto limpio y elegante, y sus paredes estaban decoradas con minuciosos adornos hechos con la habilidad de los maestros constructores elfos. Las puertas principales del castillo eran de madera de roble, llenas de cuidadosos tallados en su superficie. Al cruzar por ellas, se llegaba a un gran patio central donde una fuente de mármol destacaba en el centro rodeada por un bello y cuidado jardín lleno de flores de colores azules y rojas.
Alrededor del patio, se encontraban los diferentes edificios del castillo. Al levantar la vista, se observaba el magnífico salón principal con sus altos techos y grandes ventanales que iluminaban con luz natural el lugar.
En las bóvedas del techo se podían ver escenas épicas de la historia de los elfos con candelabros de oro que colgaban sobre la sala.
Este castillo era para cualquier habitante de Lunaria un lugar de ensueño, que combinaba la belleza y elegancia con la fuerza y el poder de una imponente construcción que representaba con orgullo la grandeza de los elfos.
En ese mismo sitio, en uno de los dormitorios actualmente vacíos, un repentino resplandor trajo consigo a una persona encapuchada que llevaba una máscara blanca en el rostro.
Cuando la persona se quitó la capucha y la máscara que ocultaban su identidad, el largo y característico cabello blanco de Yesfiel se extendió suavemente hasta alcanzar su cintura.
En su ahora descubierto rostro, lo que más destacaba era el constante brillo azul que emanaba de sus ojos, mismo que combinaba a la perfección con el vestido blanco que resplandecía azul en algunas zonas, adornado bellamente y elegantemente con plata y oro que se formaba mágicamente a su voluntad.
En su cabeza, también con un resplandor, se formó una preciosa corona plateada que tenía diamantes incrustados. Repentinamente, como si siempre hubieran estado ahí, anillos aparecieron en las manos de Yesfiel, cada uno de un color diferente: un anillo blanco en el dedo índice izquierdo, uno azul en el dedo medio izquierdo, otro morado en el anular izquierdo, uno verde en el meñique derecho y uno rojo en el dedo índice derecho.
En el momento en que los cinco anillos encontraron su lugar, comenzaron a brillar tenuemente y a emitir un suave zumbido. Yesfiel sintió entonces una energía recorrer su cuerpo, y una sensación de poder y fortaleza creció en su interior.
De repente, inscripciones en algún idioma antiguo que parecían ser un extraño conjuro se comenzaron a formar en cada anillo y dejaron de brillar, sin arrebatar el poder y fortaleza que acababan de otorgar.
Una vez vestida como la reina, salió de la habitación y se dirigió tranquilamente al jardín, cuando su sirviente más leal y a quien se le podía llamar su mano derecha, la detuvo rápidamente con una expresión de suma preocupación.
"Majestad, disculpe mi grosería de aparecer así frente a usted, pero es una situación urgente", dijo, apenas evitando que su voz temblara.
"No te preocupes por eso, Reinhard. Si es tan urgente, solo continúa y dime", dijo tranquilamente la reina.
"Sucede que... Han desaparecido los Anales Mágicos, los registros más importantes y sagrados de nuestra nación".
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